Buen martes a todos,
Es rara la vez que me pongo a escribir una nueva newsletter y termino más o menos con algo semejante a lo que me había planteado al principio. Y hoy no iba a ser menos.
Ya tenía apuntado que la newsletter de hoy sería sobre mapas de la Antártida, pero en el momento que me he puesto a estructurar más en detalle, me ha parecido mucho más interesante empezar por contar cómo llegamos a saber de la existencia del continente helado. Tengo muchos otros mapas de la Antártida que son interesantes, como los de los reclamos territoriales, el que muestra el volumen de hielo o incluso uno que destapa lo que se encuentra debajo de todos esos kilómetros de agua helada. Todos ellos tendrán cabida por aquí en algún momento, pero hoy voy a comenzar por el principio.
Terra Australis
En tiempos de la Antigua Grecia fue cuando comenzó a dibujarse el mundo tal y como lo conocemos. Sabemos que Pitágoras (VI a. C.) ya planteaba la hipótesis de que la Tierra debía ser una esfera, ya que cualquier divinidad tendría en el centro de la creación el objeto más perfecto, tal y como mostraban ser objetos secundarios como el Sol y la Luna. Aristóteles, dos siglos más tarde, ahondó en esta teoría y planteo la necesidad de que las masas continentales estuvieran equilibradas, tanto en el eje norte-sur como en el eje este-oeste. Esto le llevó a especular en su tratado Meteorológicos sobre la existencia de una masa de tierra en el sur que mantuviera el equilibrio frente a los continentes conocidos del norte.
Esta idea, con múltiples matices y variaciones, se mantuvo hasta tiempos de Ptolomeo, quien describió el océano Índico como una masa de agua totalmente cercada por tierras emergidas. No se ha conservado ningún mapa original de Ptolomeo, pero son muchos los que aparecieron en Europa a lo largo del siglo XV y XVI que intentaron replicar el mundo tal y como lo describió Ptolomeo. Uno de los más antiguos que se conserva es esta copia bizantina de 1420.
El mapa de Ptolomeo, que fue fundamental en la cartografía de la Edad Moderna, no ponía nombre a la masa de tierra del sur del hemisferio austral, pero tampoco concebía una ruta marítima entre el océano Índico y el océano Atlántico. Con los descubrimientos de los exploradores europeos durante los siglos XV y XVI, los mapas vieron cómo América comenzó a aparecer y cómo se descubrió que África estaba totalmente rodeada de agua. Todo esto forzó que esta Tierra Australis se convirtiera en un continente independiente, tal y como muestra esta réplica del hemisferio occidental del globo de Johannes Schöner de 1520.
La seguridad sobre la existencia de este continente era tal que hasta el rey Carlos I creó en 1539 la gobernación de la Terra Australis, la cual agrupaba la isla de Tierra de Fuego y la parte de Terra Australis correspondiente al Imperio español, según el tratado de Tordesillas. La exploración de los mares continuó durante las décadas y siglos posteriores, pero ningún navegante conseguía alcanzar el ansiado continente del sur. La idea fue perdiendo fuerza, pero eso no impidió que algunos cartógrafos mantuvieran la Terra Australis en sus mapas durante los siglos XVII y XVIII.
Hubo varias expediciones que buscaron llegar hasta este territorio, pero quizá James Cook fue el que llegó más cerca. En su primer viaje circunnavegó el archipiélago de Nueva Zelanda para demostrar que eran islas y no formaban parte de un continente más grande. En el segundo de sus viajes se convirtió en el primer explorador en navegar al sur del círculo polar antártico el 17 de enero de 1773 y, un año más tarde, se adentró cinco grados de latitud más al sur, aunque tampoco logró toparse con la Terra Australis.
El descubrimiento de la Antártida
El mapa de los viajes de James Cook ya no dibujaba ningún continente en el sur y únicamente hacía referencia al océano Antártico, no obstante resultó estar equivocado. Aquella tierra que describieron los antiguos griegos, con base en su cosmología y visión del mundo, al final sí que estaba allí.
Existe cierta controversia sobre quién fue realmente el primer explorador que avistó la Antártida. Durante años se creyó que fue el británico Edward Bransfield, el 30 de enero de 1820, pero todo apunta a que el ruso Fabian Gottlieb von Bellingshausen pudo haber avistado la banquisa el 27 de enero de aquel mismo año. En aquel momento el estadounidense Nathaniel Palmer también estaba surcando los mismos mares, por lo que cabe la posibilidad de que él hubiera sido el primero. Sea como fuere, el año 1820 marca el momento en el que finalmente la Antártida vuelve a los mapas, como un continente de pleno derecho.
Durante el resto del siglo XIX, muchos otros navegantes exploraron las costas del nuevo continente. Llegar hasta la costa de la Antártida era complicado y la continua presencia de icebergs no facilitaba la navegación junto a la costa para poder tomar datos. Del mismo modo, los distintos exploradores llegaban de la mano de diferentes países o compañías, por lo que el intercambio de información no era frecuente. Todo esto provocó que se tardase más de seis décadas en llegar a entender con un poco de fiabilidad cuál era la forma y la extensión real del nuevo continente.
En 1886 se publicó uno de los primeros mapas de la Antártida, dentro de la revista The Scottish Geographical Magazine, el cual llevaba el título de Supposed outline of Antarctic Continent (Supuesta forma del continente antártico). Posteriormente, muchos otros cartógrafos se atrevieron a dibujar este nuevo continente, aun sin información científica que validase la forma, pero con cierta certeza sobre su localización y extensión. Un buen ejemplo es esta representación del Polo Sur por parte del cartógrafo británico John Bartholomew, del año 1893.
La exploración y el viaje al polo sur
El 24 de enero de 1895, una pequeña barca liderada por el noruego Henrik Johan Bull atracó en la costa del cabo Adare, en la Antártida, y sus seis tripulantes desembarcaron con éxito. John Davies ya afirmó haber desembarcado en la Antártida en 1821, aunque no existe una prueba fiable de ello. Varios historiadores plantean que es poco probable que no hubiera ningún otro explorador que a lo largo de 75 años no hubiera puesto pie en tierra, pero ninguna de las posibilidades está contrastada, como sí lo está el caso de Henrik Bull. Como dato curioso, esta expedición estuvo financiada por un magnate noruego que buscaba encontrar a la ballena franca, lo que fue el objetivo principal de la misión. El hecho de que varios tripulantes pisaran la Antártida por primera vez no fue más que un happy accident, como diría Bob Ross.
Entre finales del siglo XIX y, principalmente, en la primera década del siglo XX, múltiples exploradores intentaron adentrarse en el nuevo continente. Pero sin duda uno destaco sobre el resto: Ernest Shackleton. Durante la expedición Nimrod, que se extendió entre 1907 y 1909, Shackleton y sus acompañantes se convirtieron en atravesar la barrera de hielo Ross, en escalar el monte Erebus, en llegar al polo sur magnético y en la meseta antártica. Solo dejó un hito pendiente: por apenas 180 kilómetros no consiguió llegar al polo sur.
Entre 1909 y 1910, dos exploradores comenzaron a prepararse para ser los primeros en llegar al polo sur. Por un lado, el noruego Roald Amundsen, que ya había logrado la fama al haberse convertido en el primer explorador en conseguir surcar el paso del Noroeste, llegando del océano Atlántico al océano Pacífico por las costas de Canadá. Por otro lado, el inglés Robert Falcon Scott, quien había formado parte de una expedición inicial junto a Shackleton en la Antártida entre 1901 y 1904, en la cual había aprendido mucho sobre las condiciones del frío continente austral.
En 1911, ambos exploradores montaron sus bases en la barrera de hielo Ross. Amundsen lo hizo junto a la Bahía de las Ballenas, mientras que Scott lo hizo en el lado opuesto, junto al estrecho McMurdo. Esto supuso un importante handicap de partida para Scott, ya que su base estaba situada a 100 kilómetros más de distancia que la de Amundsen. Esto fue determinante para que Amundsen se convirtiera en el primer hombre en pisar el polo sur el 14 de diciembre de 1911, 34 días antes de que lo hiciera Scott.
La parte más triste de esta historia es que Scott y su expedición no consiguieron regresar a su base y perdieron la vida en el intento. Su cuerpo y el de sus acompañantes fueron encontrados en noviembre de 1912 en una tienda de campaña, a más de 700 kilómetros del polo sur. El diario que se encontró junto a él permitió confirmar que, aunque tarde, también había logrado su objetivo de conquistar el polo sur.
Brutal, como siempre.
¡Qué interesante y qué frío solo de leerlo!