El gran desastre de Tokio de 1923: Terremoto, incendios, desinformación y racismo
Newsletter #26 – 2023/09/05
Buen martes a todos,
Navegando por Internet el fin de semana me he topado con que el pasado 1 de septiembre se cumplieron 100 años del gran terremoto de Kanto, la región japonesa en las que están situadas las ciudades de Tokio y Yokohama. Ha sido a través de una referencia en una web a la fantástica web interactiva que ha publicado Nikkei, uno de los periódicos japoneses de mayor tirada. La web está cargada de infografías, fotografías y mapas que detallan la secuencia de eventos.
La cuestión es que este hecho en particular es uno con el que estoy algo familiarizado. A pesar de que es un evento que me trae ciertos escalofríos cada vez que leo sobre él, no pude evitar hace unos años indagar a fondo. Todo empezó con un poco de curiosidad por los desastres naturales, para terminar con uno en particular en el que ya no fue tanto el hecho en sí, sino la concatenación de casualidades que lo convirtieron en el hecho más catastrófico y oscuro de la historia de Japón.
Esta es la historia de hoy.
Un archipiélago de riesgo sísmico
Es de sobra conocido que Japón es uno de los países del mundo más expuesto a los terremotos. La explicación se encuentra en la posición del archipiélago respecto a la red de placas tectónicas que conforman la corteza terrestre. En las cercanías de Tokio es donde se juntan dos placas mayores (Pacífica, al este, y Filipina, al sur) y dos placas menores (Amuria, al oeste, y Ojotsk, al norte). La placa del Pacífico y la placa de Amuria se sumergen cada año bajo la placa de Ojotsk, al mismo tiempo que la placa Filipina hace lo propio bajo la placa de Amuria. Esa tensión continua es la culpable de la gran actividad volcánica y sísmica que tiene Japón, tal y como se aprecia en el siguiente mapa.
La historia de Japón ha estado ligada a los terremotos desde tiempos remotos. La gran mayoría de los que me leéis recordaréis sin duda el terremoto de 2011 frente a las costas de Fukushima, el cual ocasionó el gran tsunami que se llevó la vida de más de 20.000 personas. Lamentablemente, eso no fue ninguna novedad para los japoneses. Si nos remontamos siglos atrás, existe algún documento que habla, con poca fiabilidad, de terremotos tan temprano como el año 416. El primero que aparece registrado y que ha podido contrastarse con varias fuentes es el terremoto de Hakuhō en 685, con el cual los eruditos japoneses ya consiguieron establecer una correlación entre los movimientos sísmicos y los tsunamis que llevaban siglos arrasando sus costas.
La historia de Japón es recorrer una sucesión de dinastías y emperadores, pero también de desastres que causaban daños a ciudades y aldeas por igual. Podemos enumerar docenas de terremotos en los que localidades eran arrasadas y las víctimas se contabilizaron por cientos. A veces a causa del terremoto en sí, aunque muchas más por el tsunami posterior del que era imposible huir.
El 1 de septiembre de 1923
Poco antes de mediodía de aquel sábado, como era costumbre, los habitantes de Tokio se encontraban preparando la comida en sus kamados (las cocinas tradicionales japonesas) y chichirin (parrillas de carbón). De forma repentina, el suelo comenzó a temblar bruscamente, con una magnitud estimada de 7.9. Esto causó el pánico entre los ciudadanos, al ver cómo varios edificios se venían abajo. En una ciudad cuyo material de construcción principal era la madera, muchas de las ascuas y fuegos terminaron atrapados en estructuras derruidas y altamente inflamables, lo que provocó que se registrasen varios incendios en los minutos siguientes al terremoto. Los registros de la época hablan de únicamente de 98, aunque es muy posible que superasen los cientos tan solo en Tokio.
A la casualidad de que el terremoto ocurriera cuando todos los japoneses estaban cocinando se unieron dos tristes coincidencias. Los bomberos y las fuerzas de seguridad se movilizaron rápido, pero se encontraron con que el temblor había derribado casi todos los depósitos de agua, lo que dificultó la actuación contra los múltiples incendios. La lluvia podría haber sido un buen aliado y justo la otra punta del país estaba siendo azotada por un tifón estaba azotando. El agua no se acercó a Tokio, pero la influencia del tifón sí que llevó vientos racheados, los que facilitaron la expansión de los incendios por la ciudad. Tan solo un par de horas después del mediodía, muchos de los incendios se encontraron y con ayuda del vendaval se creó una destructora tormenta ígnea que arrasó por completo el este de la ciudad.
Las réplicas de los terremotos y los incendios se alargaron durante más de dos días sin que los habitantes de Tokio pudieran hacer nada. Muchos de los ciudadanos intentaron huir, pero las aglomeraciones y las barreras físicas, como el río y el mar, resultaron fronteras infranqueables en la que muchos encontraron la muerte. Los datos históricos hablan de que entre 120.000 y 140.000 personas perdieron la vida en aquellas 48 horas. Posiblemente, algunas decenas murieron como causa directa del terremoto, y sí que hay algunos cientos que se registraron en costas lejanas donde llegó el tsunami, pero la gran mayoría durante el incendio posterior.
A partir del 3 de septiembre fue posible volver a la ciudad y evaluar los daños. Las autoridades se encontraron con un 48 % de la superficie de Tokio totalmente calcinada. Unas 400.000 viviendas fueron declaradas ruinosas, lo que supuso que, en una ciudad con 2,2 millones de habitantes, 1,4 millones no tuvieran un techo en el que dormir. A esto se sumó que 121 centrales bancarias, de las 138 que tenía Tokio en aquel momento, fueron totalmente destruidas con todo su contenido. 162 hospitales y más de la mitad de los colegios no pudieron ser reutilizados y cerca de 7.000 fábricas no pudieron reabrir sus puertas. En conjunto, los ciudadanos de Tokio que estaban empezando a prosperar, de la noche a la mañana, se encontraron sin casa, sin trabajo y sin nada que llevarse a la boca.
La desinformación y el racismo
No podemos decir que la humanidad haya pasado a la historia por un exceso de calma ante la adversidad, y el terremoto de Kanto no fue una excepción. Desde 1910, Japón estaba ocupando la península de Corea y, a pesar de los esfuerzos de asimilación, existía un fuerte movimiento que buscaba recuperar la independencia. Los fuegos y el desorden público de las primeras horas tras el terremoto se convirtieron rápidamente un rumor que culpaba a los coreanos de aprovecharse del desastre para provocar incendios y así poder robar en tiendas y casas.
Esto se transformó pronto en una muchedumbre que abrazó el sentimiento anti-coreano y comenzó a tomarse la justicia por su parte con los coreanos de Tokio y Yokohama. La turba fue sofisticada y se organizó en grupos de vigilantes que establecieron controles en varios puntos. Con ellos interrogaban a todas las personas para poder identificar a aquellos que fueran incapaces de hablar japonés o que tuvieran acento coreano al hacerlo. Esta prueba, de dudosa fiabilidad, provocó que varios chinos o incluso japoneses hablantes de otras variantes dialectales fueran confundidos con coreanos y también fuesen ajusticiados. Como lamentablemente es común en estos casos, varios miembros de las fuerzas de seguridad colaboraron con estos grupos, lo cual dejaba en una situación de total indefensión a todos los oprimidos.
A lo largo de la primera semana de septiembre, más de 200 coreanos fueron asesinados, según los datos registrados por las autoridades. Si buscamos en otras fuentes de la época, algunas elevaron el número hasta los 6.000 o incluso 10.000 muertos. Sería fácil culpar únicamente al boca a boca y al caos del momento, pero la hemeroteca tiene pruebas de que muchos periódicos colaboraron con los rumores durante semanas. Algunos incluso culparon a los coreanos de haber envenenado pozos de donde se abastecían los ciudadanos japoneses, con un claro objetivo de mantener la tensión racial y el odio hacia los coreanos.
El ejército japonés tuvo que actuar de forma directa para proteger a los coreanos que vivían en Japón. Más de 20.000 coreanos fueron custodiados en todo el país, aunque eso no frenó los rumores. Hubo un jefe de policía que se ofreció y bebió agua de varios pozos para demostrar a los ciudadanos que los coreanos no estaban envenenando los pozos. El Imperio del Japón produjo propaganda en forma de panfletos para distribuir entre los ciudadanos y limitar la locura. Si bien estas acciones sí ayudaron, muchos de los grupos de vigilancia establecidos únicamente fueron desmantelados tras el uso de la fuerza militar.
Este hecho marcó un antes y un después en cómo se ha tratado la información en Japón durante y tras un desastre natural. En toda formación sobre terremotos y tsunamis se insiste en que todo ciudadano ha de llevar un dispositivo de radio para poder acceder a información fiable del gobierno y así evitar que los rumores se extiendan de forma contraproducente.
Las secuelas
La verdad es que ninguna de las secuelas está a la altura de la historia, pero quería dejar aquí un par de mapas más que aportan valor. Por el mero hecho de que aportan valor, pero también porque esto es una newsletter sobre mapas, aunque los mapas solo sean una excusa para hablar de cualquier tema.
Lo más importante después del desastre fue la reconstrucción. Con una ciudad convertida en cenizas, Tokio tenía la oportunidad de convertirse en una capital imperial moderna, con un sistema de alcantarillado mejorado, grandes avenidas, grandes parques e imponentes edificios gubernamentales. Tras tres meses decidiendo el mejor modo de afrontar el reto, el 24 de diciembre de 1923 Japón aprobó una ley que dotaba a la ciudad de Tokio de poder para reclamar a todos los ciudadanos un 10 % de su propiedad para poder llevar a cabo el ambicioso plan. Gracias a ello se pudo convertir a la capital en una ciudad de grandes avenidas y urbanismo moderno.
En el aspecto geológico, toda la región de Kanto también tuvo un considerable impacto. El movimiento de las placas tectónicas es responsable de los cambios en los continentes, de la creación de islas y de la desaparición de otras, pero rara vez esto es visible a lo largo de una vida humana.
En 1933, diez años después del terremoto, hubo un nuevo estudio geológico de la región de Kanto. Los datos arrojaron cambios significativos en la altitud de toda la región. Hubo varias zonas que vieron su posición elevada hasta dos metros sobre la superficie del mapa, mientras que otros puntos se hundieron cerca de dos metros respecto a su posición previa.