Buen martes a todos,
Hace un puñado de semanas comencé a planificar con más antelación lo que tengo pensado ir tratando en la newsletter. No se trata de un plan estricto que tengo que cumplir sí o sí, pero me sirve para comenzar a escribir más rápido cada semana. Así evito dar vueltas a cosas que tengo en la cabeza y a la lista de “to-do” que incluye más de cien ideas a explorar (que es donde intento volcar lo que se me pasa por la cabeza, para que no se pierda en el olvido).
Tocaban los opiáceos, pero con los eventos del fin de semana estuve tentado de hacer un cambio de última hora y sacar de mi lista de “to-do” la historia del conflicto palestino-israelí. Es un tema sobre el que he leído bastante y que tiene muchos mapas para ilustrar su historia, tanto desde una perspectiva histórica, como a través de la propaganda de ambos bandos. Finalmente, opté por huir de la inmediatez y la oportunidad, así que lo he dejado en el tintero para más adelante y me he mantenido en la idea original.
Había oído sobre los opiáceos hace varios años, pero no era del todo consciente del problema hasta que me vi Dopesick, una miniserie protagonizada por Michael Keaton que trata cómo la comercialización de la OxyContin por Purdue Pharma provocó la crisis de opiáceos en Estados Unidos.
Una breve historia del opio
La relación entre opiáceos y el ser humano se remonta varios milenios atrás. Los restos arqueológicos más antiguos de semillas de adormidera en yacimientos neolíticos datan de hace más de 7.000 años, poco más tarde su uso aparece registrado en distintas partes de Europa, como Suiza, Alemania o España. En Nippur, cerca del actual Bagdad, se han hallado tablillas con más de 4.000 años en las que se recetaba zumo de un opiáceo por las mañanas como remedio para los males. En Egipto, su cultivo de opio fue extensivo y está registrado su comercio con gran parte de civilizaciones coetáneas del Mediterráneo, tales como fenicios, griegos y cartaginenses.
A pesar de que varios libros sagrados del Islam prohíben el consumo de sustancias estupefacientes, los médicos árabes promulgaron su empleo como remedio para muchas de las enfermedades que afectaban a la población durante la Edad Media. Fueron precisamente los comerciantes árabes quienes introdujeron en este periodo el opio en India y China, donde se extendió poco a poco, gracias a su valor como analgésico. Todos los avances árabes y persas durante la Edad Media respecto a las virtudes medicinales del opio fueron introducidos en las sociedades europeas a lo largo de los siglos XV y XVI. Su estudio se expandió rápido por todas las universidades del viejo continente, pasando a ser un analgésico esencial en tratamientos médicos.
Durante todos estos siglos, allá donde el opio fue estudiado y empleado por médicos, también se extendió su uso recreativo. Existen testimonios de combatientes en las cruzadas que regresaron a Europa con importantes cantidades de opio. Algunos habitantes de Constantinopla tomaban en el siglo XVI una bebida negra hecha con opio, tan adictiva que muchos de los que trataban de dejar su consumo morían en el intento. En China ya se usaba en el siglo XV como sustancia para dotar a los hombres de masculinidad, pero el verdadero boom llegó cuando se comenzó a fumar como un signo distintivo de las élites en el siglo XIX.
La adicción a los opiáceos tiene muchos siglos de historia, aunque quizá el primero que escribió en detalle sobre las razones fue Thomas de Quincey en su libro autobiográfico de 1821 Confessions of an English Opium-Eater (Confesiones de un consumidor de opio inglés). En la primera parte del libro, el autor detalla cómo el placer alcanzado con el consumo de opio no se podía equiparar con ninguna otra experiencia vital, lo que convertía esta droga en algo de lo que difícilmente se podía prescindir. Más adelante, Thomas de Quincey se adentra en el lado oscuro de la adicción y cómo todo ese placer se tornaba en oscuridad, con insomnio, pesadillas y visiones, lo que imposibilitaba llevar una vida normal.
El opio y la farmacología
Los avances de la química durante los siglos ayudaron a entender mejor las peculiaridades de los opiáceos y cuáles eran los componentes que realmente servían en farmacología. La primera sustancia en ser aislada fue la morfina, por el alemán Friedrich Setürner, en 1804. En sus experimentos administró esta droga a un ratón, tres perros, tres niños y a sí mismo. Las observaciones mostraron un fuerte efecto narcoléptico, por lo que eligió a Morfeo, dios griego de los sueños, para poner nombre a esta nueva sustancia. Según sus estimaciones, la morfina era seis veces más potente que el opio en estado natural, por lo que harían falta unas dosis menores y, de ese modo, el nuevo medicamento sería menos adictivo. En 1817 se empezó a comercializar para combatir el dolor y para ayudar en los tratamientos contra la adicción al opio y al alcohol. Como detalle curioso, el propio Setürner terminó siendo un adicto a la morfina, algo que resulta poco sorprendente si lo miramos en perspectiva.
A la morfina le siguió la codeína, que fue aislada en 1832 por el francés Pierre Robiquet. Su empleo pasó muy desapercibido en comparación con la morfina, que se mantuvo como principal opiáceo en medicina hasta el descubrimiento de la heroína. El primero en aislarla con éxito fue Charles Romley Alder Wright en 1874, aunque este hito pasó sin pena ni gloria hasta que Felix Hoffmann, un trabajador de Bayer, hizo lo mismo en 1897. Un año más tarde comenzó su producción industrial y su comercialización. Este nuevo producto, que buscaba convertirse en un medicamento más manejable que la morfina, resultó ser el doble de potente y mucho más adictiva.
Aquí es importante que nos pongamos en perspectiva. En pleno siglo XXI tenemos un conocimiento avanzado de las drogas y sus efectos, así como una legislación en casi todos los países que limita su producción, comercialización y empleo. Pero si regresamos al siglo XIX, todo esto era inexistente. Cualquier sustancia que se comercializaba podía ser utilizada para el fin deseado por la persona que lo adquiría. Por esta razón, la morfina se convirtió rápidamente en una droga de uso recreativo y Bayer lo que esperaba, entre otras cosas, es que la heroína se convirtiera en un competidor de la morfina y tomase su puesto privilegiado como opiáceo de consumo popular.
La realidad fue muy distinta. Bayer comercializó la heroína como sustituto no adictivo de la morfina entre 1898 y 1910, los que facilitó que su empleo se extendiera por medio mundo. Estados Unidos fue uno de los primeros países en limitar el consumo de la heroína únicamente para cuestiones médicas, en 1914, antes de prohibirla por completo diez años más tarde. El Comité de Salud de la Liga de las Naciones optó por prohibir la heroína a nivel internacional, lo que consiguió implementarse en apenas tres años, aunque no impidió que otros muchos derivados de la morfina ocupasen su puesto. La necesidad de opiáceos para uso recreativo ya se había implantado en la sociedad, y ya era complicado poner límites eficaces.
La epidemia de Heroína
Las prohibiciones internacionales sí que tuvieron un gran efecto en Europa o en China, donde su producción prácticamente desapareció por completo al final de la guerra civil en 1949. Esto fue clave para que, poco a poco, se fuera creando una red sofisticada de distribución de sustancias fabricadas de forma clandestina en países con una legislación interna más laxa con las plantaciones de opio. El epicentro de la producción se concentró en la Media Luna Dorada (Irán, Afganistán y Pakistán) que suministraba a toda Europa y gran parte del resto del mundo. Del mismo modo, surgieron otros centros competidores en el Triángulo Dorado, en el Sudeste Asiático, en México y en Colombia.
El boom de consumo llegó a finales de la década de los 60 y, sobre todo, a lo largo de las décadas de los 70 y los 80. Lo que se conoció como la epidemia de heroína, afectó principalmente a Alemania, Francia e Italia, y más tarde a España. Hubo muchas causas y respecto a los patrones de adicción a los opiáceos que habían sido comunes durante siglos en Europa. El gran progreso económico después de la Segunda Guerra Mundial había cambiado notablemente el poder adquisitivo de la población europea, así que el acceso a esta droga recreativa alcanzó por primera vez a las clases más bajas.
El número de adictos que se alcanzaron en varios países de Europa llegó a cifras que se desconocían por completo hasta entonces. Las estimaciones oficiales hablaban en 1984 de que en España había más de 80.000 adictos a la heroína, en Francia esta cifra se elevaba a los 150.000 y en Italia hasta los 360.000. Esto suponía respectivamente una incidencia por cada 100.000 habitantes de 200 en España, 250 en Francia y más 600 en Italia. Si fue elevado el número de adictos, también lo fue el de personas que murieron de sobredosis de opiáceos. En el siguiente mapa de Our World in Data podéis observar como este problema en 1990 tenía un impacto global.
Se puede observar cómo en este momento el número de muertes por sobredosis de opiáceos se concentraba, en gran parte, en Europa, Norteamérica, Rusia, China, Irán y Australia, con Suiza ostentando el dudoso honor de ser el país con más muertes, con 3,77 personas por cada 100.000 habitantes. Las cifras son meras estimaciones, así que hay que tomarlas con cautela, es muy posible que varios países estuvieran infravalorando el número de muertos por sobredosis, alegando otras causas de fallecimiento. Lo que sí que es innegable es que hablábamos de un problema global, si acaso con la excepción de Sudamérica.
Opiáceos sintéticos y una nueva crisis
Durante el siglo XX, el mundo de la farmacología continuó en su búsqueda del santo grial: un opiáceo que mantuviera sus magníficas cualidades analgésicas, pero que no fuera adictivo. Varios investigadores trabajaron con modificaciones moleculares de la morfina, con la teoría de que esos cambios podían limitar las contraindicaciones de este potente fármaco. Una de las primeras sustancias que alcanzó un cierto éxito fue la metadona, desarrollada por los alemanes Gustav Ehrhart y Max Bockmühl entre 1937 y 1939. Los resultados fueron tan sorprendentes que aún hoy en día se sigue utilizando como pieza esencial en los programas de desintoxicación para personas adictas a los opiáceos.
Pero fueron muchos los opiáceos sintéticos que vieron la luz durante el siglo XX, y no todos ellos lo hicieron también en el aspecto de la adicción. Un ejemplo es el de la oxicodona, que se desarrolló en 1917 como un opiáceo semi-sintético, o el del fentanilo, que fue sintetizado por Paul Janssen en 1959 (sí, el de Janssen Pharmaceutica). Dado el carácter sintético de estas sustancias, su producción estuvo ligada al ámbito de la medicina durante muchas décadas. Esto impidió en gran medida el uso recreativo, que estuvo prácticamente limitado a derivados directos del opio hasta finales del siglo XX.
Y entonces Purdue Pharma consiguió que la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos aprobase la comercialización de OxyContin en 1995, un medicamento con pequeñas dosis de oxicodona que en ningún momento estuvo sometido a pruebas sobre adicción a largo plazo. Todo estuvo ligado al tratamiento del dolor crónico, cuya afección se estimaba que afectaba en aquel momento a una tercera parte de los estadounidenses. Como resultado, los opiáceos comenzaron a implantarse legalmente en los Estados Unidos como una forma común de lidiar con el dolor. De forma indirecta, y con cierta complicidad de las farmacéuticas, su utilización ilegal también se extendió en Estados Unidos, comenzando poco a poco su consumo recreativo.
Es aquí donde todos los actores ligados al tráfico ilegal de drogas vieron una ventana de oportunidad. Los avances tecnológicos ya permitían que la síntesis de estas sustancias no estuviera limitado al mundo de las empresas farmacéuticas, y el trabajo sucio ya estaba hecho: en 2011 la sociedad estadounidense ya había vuelto al consumo de opiáceos de forma recreativa, superando con creces los niveles de 1990. Es así cómo se empieza a colar en los mercados ilegales distintos opiáceos sintéticos, aunque para mediados de la década de los 2010 el fentanilo se alza como la joya de la corona.
En pleno 2023, las cifras de muertos por sobredosis de opiáceos en Estados Unidos son alarmantes. Tanto en 2021 como en 2022 se han registrado más de 80.000 muertes por esta causa, lo que supone más de 24 personas por cada 100.000 habitantes. En otras palabras: una de cada 4000 personas cada año. Este problema supera con creces lo que cualquier otro país del mundo está observando y, de momento, no parece que haya ningún plan firme para ponerle freno. En el siguiente mapa, también de Our World in Data, podéis ver los datos de muertes por sobredosis de opiáceos en el mundo en 2019 (cuando las cifras en Estados Unidos aún estaban en 13 personas por cada 100.000 habitantes).
Cabe pensar que pueden ser otras drogas las que estén arrasando otras partes del mundo, pero los datos parecen ser firmes. Los opiáceos son la droga recreativa que más muertes causa en el mundo y Estados Unidos tiene un problema más grave (no que el resto de países no lo tengan).
A pesar de que es un problema que en la actualidad parece estar centrado en Estados Unidos, es ya evidente que la droga está haciendo estragos en Canadá, y algunos países de Europa están viendo tímidamente crecer su consumo. Sin duda, unas políticas potentes de salud pública es lo único que puede mantener este problema a raya.
Magnífico.
Muchas gracias por el trabajo de recoger e hilar la historia de los opiáceos.
Me lo guardo como referencia a la que acudir/consultar/recomendar :)