Buen miércoles1 a todos,
Donald Trump, tras la toma de posesión el pasado 20 de enero, entre otras muchas cosas, anunció que iba a cambiar el nombre del golfo de México a golfo de América. Esto, como era más que esperable, ha causado un gran revuelo y una crisis diplómática2 con su vecino México. Pocos días después, Google Maps afirmó que también cambiaría la denominación del golfo de México a golfo de América, siguiendo las pautas marcadas por el nuevo gobierno de los Estados Unidos.
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Antes de meterme en faena e irme por derroteros varios, creo que es importante aclarar qué es exactamente lo que se ha firmado y qué implicaciones reales tiene. A pesar de las incendiarias declaraciones iniciales de Donald Trump, lo que se ha firmado ha sido una orden ejecutiva que obliga a la Junta de Nombres Geográficos de los Estados Unidos (United States Board on Geographic Names, BGN) a cambiar el nombre oficial del golfo de México a golfo de América3. El BGN es el organismo estadounidense encargado de mantener una toponimia consistente en todo el Gobierno Federal de los Estados Unidos, evitando así que distintos estados o ciudades utilicen nombres distintos para el mismo lugar.
¿Y esto a qué obliga? Pues en principio, tan solo obliga a que los documentos oficiales de los Estados Unidos se refieran desde el 7 de febrero4 al golfo de México como golfo de América, pero solo es de obligado cumplimiento para la administración interna5. Ninguna persona o empresa privada tiene obligación alguna de adoptar el nuevo nombre, por lo que quienes hayan actuado y sean ajenos a la administración, habrá sido de forma voluntaria para preservar sus intereses, sea cuales sean.
Sentadas las bases, hoy quiero adentrarme en el contexto de toda esta cuestión, hablando brevemente sobre toponimia, la política interna de Google Maps y las posibles intenciones de Donald Trump.
La toponimia y el nombre de los sitios
El ser humano ha puesto nombre a los lugares que ha habitado desde tiempos inmemoriales. En los albores de la humanidad, una pequeña sociedad, con un entorno muy limitado, solía poner nombres simples a los accidentes geográficos que les rodeaban. Era común que la montaña se llamara montaña, en la lengua local, y que el valle se llamara valle. A medida que las regiones que habitaban las sociedades se hacían más grandes, aparecían múltiples accidentes geográficos semejantes y, por tanto, la necesidad de diferenciar a unos de otros. Los ríos, por ejemplo, era frecuente que tomasen su nombre del color de los suelos de su lecho, aunque en muchas ocasiones bastaba con diferenciar al grande del pequeño.
Esta idea tan simple es la que nos ha dado muchos de los nombres de accidentes geográficos que tenemos en la actualidad. El río Guadalquivir, en el sur de España, toma su nombre del árabe al-wādi al-kabīr, que literalmente significa “río grande”. Algo mucho más simple nos encontramos en varios lugares de Gran Bretaña, donde los romanos pusieron a varios ríos el nombre Avon6, simplemente porque al preguntar a los habitantes locales por el nombre del río, todos ellos respondían con la palabra río en las múltiples lenguas celtas de la isla: abona.
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Las sociedades que han habitado las distintas regiones del planeta han ido cambiando. En algunas ocasiones, simplemente la lengua ha evolucionado. En muchas otras, algún tipo de desplazamiento demográfico ha provocado que otros pueblos habiten la región por periodos más o menos prolongados. Por esto, no debe sorprender que los accidentes geográficos hayan cambiado de nombre de forma constante a lo largo de la historia. Volviendo al ejemplo del río Guadalquivir, el primer nombre que tenemos registrado se refiere al río como Tartessos. Más tarde los romanos tomaron lo que posiblemente fue otro nombre perromano, Baetis7. Con la llegada de los árabes y la importancia de Córdoba, el río pasó a llamarse Nahr Qurtuba, aunque con los cambios políticos y lingüísticos, terminaría tomando el nombre al-wādi al-kabīr que hemos visto antes y que finalmente evolucionaría hasta Guadalquivir.
Lo que es más interesante no son esos cambios temporales, sino que distintas sociedades que han habitado una región, por lo general, no se ponían de acuerdo para nombrar cada accidente geográfico. Como es de esperar, cada pueblo ha otorgado un nombre que tiene sentido dentro de su cultura y su lengua, siendo totalmente irrelevante el topónimo que hubiera elegido el pueblo al otro lado de la montaña.
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Un clásico ejemplo de una montaña con distintos nombres para cada lengua lo encontramos en el corazón de Europa, en los Alpes. El icónico monte Cervino tiene un nombre distinto en cada una de las lenguas que se utiliza en la región: en alemán, Matterhorn; en francés, Mont Cervin; en italiano (y español), Cervino, y en alemán suizo, Horu. Este es un caso que no genera ninguna controversia, ya que en Suiza conviven esas lenguas de forma pacífica desde hace siglos. Se entiende esa diversidad lingüística, cómo afecta a la toponimia y se respeta, sin más discusión.
Donde sí que cabe discusión es en otros ejemplos más controvertidos, como el caso del Monte Everest. A mediados del siglo XIX, el Imperio Británico estaba en proceso de colonizar el subcontinente indio. Como parte del proceso, hubo que realizar una gran labor de reconocimiento de la región y cartografiarla con los estándares británicos. Por lo general, la política del imperio no era especialmente mala, ya que se buscaba preservar los nombres locales siempre que fuera posible.
En 1849, cuando Andrew Waugh se plantó ante el pico más alto de los Himalayas, se encontró con un particular problema. La gran relevancia de tal accidente geográfico, junto a la diversidad cultural de las regiones que convivían a ambos lados de la cordillera, daba como resultado un gran número de denominaciones locales existentes. Ante la imposibilidad de dar mayor importancia a una de todas las opciones posibles, Waugh tiró por la calle de en medio y puso a esa montaña el nombre de su predecesor como topógrafo de la India, George Everest. Una decisión indiscutiblemente colonial, pero que más de siglo y medio después aún prevalece en todo el mundo sobre las dos denominaciones locales predominantes: Sagarmāthā en nepalí y Qomolangma en tibetano8.
La actitud de Google Maps
En un mundo con una toponimia tan diversa, ¿cuál es la estrategia de Google Maps para mantener su liderazgo en el negocio de los mapas sin cabrear a nadie? Pues muy sencillo, complaciendo a todos de forma independiente, sin casarse con absolutamente nadie.
Aquí abajo tenéis cómo se ve el Monte Cervino si os metéis en Google Maps desde Italia, Suiza y Francia.
El ejemplo del monte Cervino es lo más amable posible, por lo ya comentado, pero Google Maps no tiene límites aparentes a la hora de complacer a todos los usuarios potenciales de su aplicación. Más allá del uso de nombres locales para usuarios locales, Google Maps también modifica fronteras para alinearse con la visión política de los usuarios de cada país del mundo. Un ejemplo relativamente reciente es el de la península de Crimea, que aparece como parte de Ucrania, Rusia o como disputado, dependiendo del país desde el que se acceda a la web. Pero antes de esto, ya era una práctica común en las disputas territoriales entre Pakistán, China e India, que aparecen como disputadas en Google Maps en todos los países, menos en esos tres, donde siempre se muestra acorde con los reclamos locales.
Con todo esto en cuenta, no debería sorprender a nadie que Google anunciara el 10 de febrero, tres días después de que se firmase la orden ejecutiva del gobierno estadounidense, que ya estaban efectuando los cambios en su web para alinearse con el nuevo nombre dado por Trump. El modo de hacerlo lo detallan directamente en su blog oficial, sin ni siquiera intentar esconder su actitud complacista.
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Hay que tener claro que Google es una empresa y, como tal, necesita que su producto sea complaciente para cumplir su fin último: ganar dinero. Quizá nos gustaría vivir en un mundo en el que las grandes corporaciones se preocupasen de las distintas culturas y formas de ver el mundo, de mantener la historia y limitar el poder de visiones imperialistas en pleno siglo XXI, pero la realidad es la que es. Las empresas buscan mantener una imagen que les permita seguir ganando, al menos, tanto dinero como ya venían ganando de antes.
Como apunte relevante, me gustaría también dejar claro que Google Maps no ha sido la única organización que ha bailado el agua a la propuesta de Trump. Ayer 17 de febrero, la Encyclopædia Britannica9 publicó un cambio en su artículo sobre el golfo de México. No solo buscaba incluir la decisión de Trump de renombrar el golfo en América, sino que también tomaron la decisión de cambiar el título del artículo para incluir el doble nombre, Gulf of Mexico / Gulf of America. Todas estas empresas, de momento, son las menos. Eso sí, es esperable que muchas más sean las que busquen ser serviciales para ganarse el beneplácito del nuevo presidente de los Estados Unidos.
¿Y qué pretende conseguir Trump?
El cambio puede parecer superficial y que no lleva a ningún lugar, pero yo considero que es algo que está muy bien pensado. Una gran base de votantes de Trump son republicanos históricos, posiblemente la parte de la sociedad estadounidense más conservadora. Como tal, sueñan con la grandeza estadounidense y les aterra que el país haya ido a menos en los últimos años. El cambio, tal y como está firmado, es fácil y sencillo de implementar. Con una sola orden ejecutiva y el cambio en la base de datos geográfica de Estados Unidos, el Geographic Names Information System (GNIS), se consigue contentar a una parte de sus votantes.
Con la gran presión que Trump y su equipo ha ejercido sobre muchas empresas privadas en los últimos meses, seguramente barajaba la posibilidad de que algunos darían el paso al frente y se unirían a su propuesta. Esta presión indirecta, además, facilita que el cambio de nombre en Estados Unidos, únicamente propuesto a nivel oficial para la administración, gane calado en otros ámbitos de la sociedad hasta que logre ganar una relevancia que no habría logrado por la fuerza.
Además, estoy convencido de que Trump y sus asesores tenían claro que esta medida generaría mucho ruido en los primeros días, lo que le permitiría tramitar otras medidas de mucho mayor calado para la sociedad estadounidense sin que apenas formen parte de la discusión pública.
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Este nacionalismo impostado, a pesar de que ha tenido mayor relevancia en el caso del golfo de México, no ha sido el único caso. Entre las medidas que anunció Trump en su primer día también se incluía rebautizar al monte Denali con su nombre original, Monte McKinley.
Denali era el nombre que utilizaban los pueblos nativos de Alaska a la montaña más alta de los Estados Unidos, hasta la llegada de los buscadores de oro a finales del siglo XIX. Uno de ellos, William Dickey, para ganarse el favor del futuro presidente William McKinley, decidió nombrar al gran pico con el que se había topado Monte McKinley. El hecho de que fuera asesinado a comienzos de su segundo mandato, así como todos sus logros expansionistas durante el primer mandato, propició que el nombre del gran pico de Alaska se mantuviera varias décadas más.
En 1975, el estado de Alaska intentó revertir el nombre del monte al utilizado previamente por los pueblos nativos, Denali. Ese nombre se había mantenido de forma popular en la región, y el senador lo llevó al congreso para conseguir apoyos del resto de la nación. Durante 40 años, las repetidas propuestas para cambiar el nombre oficial fueron rechazadas por los congresistas de Ohio, estado natal de McKinley, ya que ellos entendían que era una forma de hacer de menos a uno de los grandes presidentes de Estados Unidos. Finalmente, en 2015, durante el gobierno de Obama, más de 100 años después, se devolvió el nombre tradicional a la montaña de Alaska.
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¿Y por qué se mete Trump también en este jardín? Pues porque, posiblemente, la figura de McKinley es la que mejor representa el nacionalismo que Trump busca en los próximos cuatro años. McKinley fue presidente entre 1897 y 1901 y, durante su mandato, logró que Estados Unidos tuviera su última gran expansión territorial. En 1898, Estados Unidos votó a favor de anexionarse la República de Hawái, justo el mismo año en el que Estados Unidos ganó la guerra contra España y también adquirió Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
No es posible saber qué nos depararán los próximos cuatro años, pero Trump ya ha afirmado públicamente su interés de controlar Groenlandia y el canal de Panamá al coste que sea, además de insinuar que Canadá podría convertirse en el 51.º estado de la Unión. La idea del golfo de América ha sido mediática y muy discutida, pero sin duda la verdadera declaración de intenciones es la vuelta del Monte McKinley.
Esta semana llego un día tarde, perdonen la tardanza.
Otra más, quizá la menos relevante de todas.
Aquí tenéis la orden ejecutiva, por si queréis consultarla.
La fecha en la que se firmó la orden ejecutiva en cuestión.
Hay algunas noticias de estos días que han afirmado que la orden únicamente aplica a la región del golfo colindante con los Estados Unidos, pero esto no es lo que aparece en la orden ejecutiva que se ha firmado. El nuevo nombre de golfo de América hace referencia a toda la masa de agua.
Al menos siete ríos en Inglaterra y tres en Escocia llevan el nombre Avon.
Sí, en este topónimo tiene su origen el nombre del Real Betis Balompié.
De este topónimo tibetano deriva la denominación oficial en China, Zhūmùlǎngmǎ Fēng.
La mayoría conocerá la enciclopedia, pero se trata de la más antigua que se ha actualizado de forma continua, desde 1768. La enciclopedia ha cambiado en varias ocasiones de propietario, y actualmente es del magnate suizo Jacqui Safra.
Muy interesante tu artículo, y comprensibles las intenciones de Trump. Que no deja de ser un mamarracho peligroso 🤣
Muy interesante, como siempre.
Google Maps detecta a la IP o simplemente lo buscas con el nombre del idioma.
Wikipedia también hace de las suyas así.. El Mont Blanc depende en qué idioma lo leas, está en un país u otro 😂