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Buen jueves a todos,
Según el mito de la creación del cristianismo, y de las religiones abrahámicas en general1, Dios creó al hombre y le llevó al Paraíso en la Tierra, al Jardín del Edén. Aquel lugar, que a lo largo de la historia se ha interpretado en numerosas ocasiones como una alegoría, podía haber pasado como uno de los muchos detalles que incluyen los libros de la Biblia, de no ser porque en el Génesis quedaron escritas un puñado de indicaciones geográficas que animaron a muchos a intentar buscarlo.
En el versículo 2:8 del Génesis, se deja claro que Edén está situado al oriente, lo que por sí solo es una afirmación muy vaga. Pero pocos versículos más tarde aparece una afirmación mucho más concreta como para ser ignorada.
Y salía de Edén un río para regar el huerto, y de allí se repartía en cuatro brazos.
El nombre del uno era Pisón; éste es el que rodea toda la tierra de Havila, donde hay oro;
y el oro de aquella tierra es bueno; hay allí también bedelio y ónice.
El nombre del segundo río es Gihón; éste es el que rodea toda la tierra de Cus.
Y el nombre del tercer río es Hidekel; éste es el que va al oriente de Asiria. Y el cuarto río es el Éufrates.— Génesis 2:10 - 2:142
El mito de la creación incluía el nombre de los cuatro ríos que manaban del Jardín del Edén. Y no solo eso, dos de esos ríos eran de sobra conocidos por todo occidente. El Éufrates y el Tigris3 no son dos ríos cualquiera, eran los dos ríos principales que surcaban Mesopotamia, una de las cunas de la humanidad, cerca del lugar donde tuvieron lugar todos los eventos del Antiguo y del Nuevo Testamento.

¿Pero cuáles eran los otros dos ríos que menciona el Génesis? ¿Dónde se encuentran actualmente el Pisón y el Gihón? Esa información geográfica, detallada a la par que incompleta, permitió mantener un interés latente por encontrar el Jardín del Edén, el Paraíso en la Tierra. Ese interés también permeó en el ámbito de la cartografía, donde las referencias a aquel lugar añorado se mantuvieron presentes durante más de 1500 años.
En la Antigüedad
Antes de que el cristianismo fuera tendencia, el Imperio Romano ya estaba expuesto al judaísmo. A pesar de las continuas confrontaciones, hubo algunos judíos que consiguieron puestos de relevancia dentro del imperio, como fue el caso de Flavio Josefo. Después de haber formado parte de la Gran Revuelta Judía, logró convencer a Vespasiano de que las profecías mesiánicas judías anunciaban que Vespasiano se convertiría en emperador de Roma. Esto le valió para ganarse un puesto de confianza, que le permitió dedicar gran parte de su vida a la historia judeo-romana.
Dentro de toda esa dedicación de una vida, también tuvo tiempo de explorar con detenimiento los libros sagrados del judaísmo. Esto llevó a Josefo a ser uno de los primeros en intentar situar geográficamente el Edén. Además de identificar el Tigris y el Éufrates, también se aventuró a afirmar que el Pisón se refería al río Ganges, en la India, y el Gihón al Nilo, en África. Esto sin duda suponía un gran problema geográfico, lo cual marcó de algún modo toda búsqueda posterior del Edén.

Los primeros teólogos cristianos no se obsesionaron en exceso con esta cuestión. Orígenes de Alejandría, entre los siglos II y III, ya habló de que el Génesis tenía que interpretarse de forma alegórica4. Dentro de esa lectura, entendía que el Jardín del Edén, en realidad, hablaba de una situación de perfección espiritual que podría ser previa a la propia vida.
San Agustín, dos siglos más tarde, sí que afirmó que el Génesis tenía una cierta realidad histórica, aunque era pragmático en la interpretación de los textos. Aceptaba la existencia de un Jardín del Edén en la Tierra, pero también consideraba que se podía juzgar la veracidad del texto y sus contradicciones con la razón que se nos había otorgado. Eso sí, San Agustín no se metió a evaluar todo el análisis geográfico que había hecho Josefo, sino que aceptó que posiblemente se encontrase en un lugar por aquel entonces desconocido.
San Jerónimo, por su parte, además de completar la primera traducción de la Biblia al latín en 405, también reconoció las referencias geográficas que ya había mencionado Josefo. Afirmó, una vez más, que el Edén tenía que situarse cerca de Mesopotamia, ya que el Tigris y el Éufrates aparecían mencionados, pero posiblemente también cerca de Armenia. Pero, una vez más, el Pisón y el Gihón suponían un problema, aunque no impidió que eso descartara la existencia del Edén en algún lugar de la Tierra.
En la Edad Media
La comprensión del mundo cristiana, comenzó a quedar plasmada en mapas durante la Edad Media, con los reconocidos mapas de T en O5. El primero en realizar un mapa de este tipo fue Isidoro de Sevilla en su libro Etimologías, que vio la luz en torno al año 630. Se trataba de la forma más simple de este tipo de mapa, con el mundo dividido en tres regiones. Asia en la parte superior, Europa en la parte inferior izquierda y África en la parte inferior derecha. En aquel mapa, no había ni rastro del Edén.
En el siglo VIII, el Beato de Liébana decidió tomar el mapa de Isidoro y darlo una vuelta, incluyendo en él más detalles sobre la visión cristiana del mundo. Este mapa se encontraba dentro de los Comentarios al Apocalipsis. Como su propio nombre indica, este libro era un comentario del Apocalipsis, que además incorporaba múltiples miniaturas que facilitaban la comprensión del texto. El libro fue copiado en múltiples ocasiones, manteniendo el texto prácticamente intacto, pero con cada miniaturista interpretando a su manera cada una de las imágenes. Todas estas copias se conocen como beatos, y los mapas que incluían, los mapas de los beatos6.



El estilo de las miniaturas cambiaba de un beato a otro, pero todos ellos mostraban de forma consistente un puñado de características fundamentales. Eran mapas de T en O, con el este orientado en la parte superior y con Jerusalén en la parte central del mapa, otorgando a la ciudad la importancia que tenía en la comprensión del mundo cristiano medieval. Y de forma consistente, todos los mapas de los beatos también incluían una referencia al Jardín del Edén en la parte superior, en el lejano Oriente.
Los mapas de los beatos evolucionaron en mapas mucho más sofisticados, donde distintos artistas medievales intentaron aproximarse un poco más a los conocimientos geográficos de la época, pero manteniendo la importante visión del mundo de los mapas de T en O. Algunos dejaron de lado ciertas referencias religiosas, pero el Jardín del Edén continuó con un lugar privilegiado en la parte superior, aquella región lejana que aún no había sido correctamente explorada.
O que incluso puede que fuera inaccesible para el ser humano.


Los dos mapas que os muestro más arriba son consistentes al mostrar el Jardín del Edén con forma de círculo, aunque tienen diferencias notables. En el del Salterio de la Abadía de Westminster, los ríos salen del Edén para surcar las tierras conocidas, tal y como planteaban los versículos del Génesis. En el de Hereford, por su parte, el Edén aparece en una isla cercada por un muro y por fuego, infiriendo de algún modo que era imposible el regreso al Paraíso en la Tierra.
La Era de los Descubrimientos
Cristóbal Colón, en su tercer viaje a América, avistó la península de Paria, en Venezuela, y quedó cautivado por su paisaje. A su regreso, escribió una carta a los Reyes Católicos, en la que describía el paisaje que se había encontrado y cómo todo indicaba que podía tratarse de un lugar cercano al Paraíso en la Tierra.
Torno á mi propósito de la tierra de Gracia y río y lago que allí fallé, atan grande que más se le puede llamar mar que lago, porque lago es lugar de agua, y en seyendo grande se dice mar, como se dijo á la mar de Galilea y al mar Muerto, y digo que, si no procede del Paraíso terrenal, que viene este río y procede de tierra infinita, pues al Austro, de la cual fasta agora no se ha habido noticia, mas yo muy asentado tengo en el ánima que allí adonde dije es el Paraíso terrenal, y descanso sobre razones y autoridades sobrescriptas.
— Tercer Viaje del Almirante D. Cristóbal Colón7
Si tenemos en cuenta que Colón ignoraba haber descubierto América y creía haber llegado al lejano Oriente en su viaje, todo cobra sentido. De algún modo, creyó encontrar esas latitudes intermedias de buena temperatura, justo el mismo lugar en el que los mapas medievales de tradición cristiana situaban el Edén. No llegó a verlo con sus propios ojos, pero tampoco tenía dudas de haberse quedado cerca de toparse con él.

Las continuas exploraciones europeas por los mares de todo el mundo, poco a poco, pusieron orden sobre todas las premisas medievales sobre la forma del mundo. A medida que los portugueses y los españoles, seguidos de holandeses, franceses e ingleses, fueron explorando el mundo, la información geográfica comenzó a eliminar casi todas las posibilidades de que el Jardín del Edén estuviera en algún lugar.
A esto se unieron los dos grandes cismas del cristianismo en Europa durante el siglo XVI, de la mano de Martín Lutero y Juan Calvino. Lutero puso sobre la mesa la posibilidad de que, tras la expulsión de Adán y Eva del Jardín del Edén, y el posterior Diluvio Universal, el Paraíso en la Tierra quedó destruido para siempre. Calvino fue algo más cauto y, si bien también apostaba por la destrucción del Edén, al menos consideró que Dios mantuvo los cuatro ríos como una referencia de lo que una vez hubo y lo que encontraremos una vez terminemos nuestro periplo por el mundo terrenal.
Es más, Juan Calvino, en una versión comentada de la Biblia, incorporó un mapa de Mesopotamia para hacer referencia al Edén y lo que pudo haber sido su ubicación.

La idea se mantuvo latente entre algunas comunidades religiosas, que mantuvieron ese interés por situar de forma definitiva el Paraíso en la Tierra. Esto llevó a la producción de múltiples mapas a lo largo del siglo XVI y del siglo XVII, que ahondaban en la idea de Calvino de situar el lugar donde pudo haber estado el Jardín del Edén.
De todos ellos, quizá el más reconocible es el que publicó Pieter Mortier en 1700. No solo se conformó con situar el Edén, sino que cargó su mapa de todo tipo de iconografía bíblica para dotarle de un mayor peso y credibilidad. En él podemos encontrar la Torre de Babel, el arca de Noé en el monte Ararat e incluso una referencia a la Tierra Prometida, marcada con un sol.

En el siglo XX aún se puede encontrar algún intento más de situar el Edén, como el mapa de Tse Tsan Tai, que lo intuye al norte del Himalaya, aunque ya fue uno de los últimos. Con el paso de los siglos, los reformistas se habían quedado con la idea de la destrucción del Edén, y dentro del catolicismo se impuso la idea de que el Génesis es un libro totalmente alegórico, por lo que carece de sentido seguir buscando su posible lugar en la Tierra.
Eso sí, no puedo terminar este artículo sin este maravilloso mapa que se publicó en 1738. Incluye detalles sobre cómo pudo haber sido el Jardín del Edén, antes de que fuera destruido por completo en el Diluvio Universal. Está el árbol de la vida, la fuente de la vida, los guardianes a las puertas y, como no, los cuatro ríos que manaban de aquel Paraíso en la Tierra.

He tomado la cita de esta versión del Génesis.
El río Tigris lleva el nombre de Hidekel en la tradición hebrea.
Una cosa que me flipa de lo que afirmó Orígenes ya hace más de 1700 años es lo evidente. Lo absurdo de interpretar como literal la idea de primer, segundo y tercer día… cuando en esos primeros días Dios aún no había creado ni el sol, ni la luna, ni las estrellas.
Estos mapas salen de forma recurrente por aquí, quizá algún día deba dedicarle algo más en detalle. Aquí hablé brevemente sobre ellos.
Durante muchos años, por no leerlo detenidamente, me monté la película que se llamaban los mapas de los beatos porque eran mapas realizados por distintos beatos durante la Edad Media.
He tomado la cita de esta recopilación de cartas escritas por Cristóbal Colón.
Genial. Y muy acertado el tema, en estos tiempos de paraísos perdidos...
Me fascina lo que puede dar de sí la búsqueda de sitios míticos como el Eden, la Atlantida o El Dorado. Un repaso excelente como siempre.