Buen martes a todos,
Durante más de diez años, por cuestiones laborales, estuve viajando de continuo por toda Europa. Mirando atrás, reconozco que tengo sentimientos enfrentados. Por un lado, mi vida era un auténtico caos. No tenía rutina ni ninguna seguridad sobre donde estaría en unos meses, quitando los fines de semana, que desde el segundo año estuve volviendo a casa. “A casa”, porque la realidad es que sentía que estaba en muchos lados y en ninguno a la vez.
La parte positiva es todo lo que aprendí durante todo ese tiempo. Tener que viajar a multitud de ciudades1 de forma regular te permite poco a poco adentrarte en la cultura más allá de lo que se puede hacer por turismo. No fue una experiencia inmersiva, pero compartía oficina con gente de otros sitios y, por lo general, también mesa y conversaciones que iban mucho más allá de lo laboral. Como suele suceder, me topé con gente de todo tipo de personas, pero muchas de ellas interesantes.
Y bueno, turismo gratis2. No todos los proyectos dejaban el mismo tiempo libre, aunque en verdad muchos me permitieron conocer algunas ciudades a fondo, que de otro modo habría sido imposible. Ese fue el caso de París, la ciudad donde posiblemente pasé más tiempo, casi dos años en dos periodos distintos. Visité todo lo visitable y paseé todo lo paseable, pero nada me llamó tanto la atención como sus catacumbas.
Hoy os traigo una breve historia por este fascinante laberinto que existe bajo gran parte de París.
Las minas de París
París se fundó sobre unas tierras ricas en minerales. Los muchos ríos que surcaron este lugar durante la última edad de hielo fueron erosionando el terreno, exponiendo a la superficie el yeso, la arena y la caliza que tan valiosos fueron en la antigüedad para la construcción de edificios e infraestructuras. Esta actividad minera está registrada en poblamientos muy tempranos, y se sabe que al menos se mantuvo hasta bien entrados en el siglo XV.
Las vetas superficiales comenzaron a ser más escasas y apareció la necesidad de ser más creativos para continuar accediendo a esa riqueza del territorio. Los yacimientos mineros subterráneos existen en París desde tiempos de los romanos, aunque estos no se popularizaron hasta que la necesidad fue imperiosa. Los mineros comenzaron a crear pozos verticales por toda la ciudad para así poder acceder a los depósitos de forma horizontal.
Dada la profundidad de muchas de estas excavaciones, fue necesaria la creación de estructuras que garantizasen la seguridad de los yacimientos y poder seguir extrayendo materiales. La más popular fue la extracción mediante galerías paralelas entre sí, las cuales se conectaban con otras galerías perpendiculares, de tal modo que se establecían cuadrículas con columnas de material intacto que hacían la labor de columnas. En las zonas de peor estabilidad también se crearon pilares adicionales para garantizar la sujeción de los techos.
Así, a lo largo de los siglos, de forma orgánica, bajo París se creó una red que no tiene parangón en todo el mundo3. Más de 280 kilómetros de galerías aún surcan los subsuelos de París, a pesar de que la minería se abandonó poco a poco a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Esta desatención terminó ocasionado un derrumbe de 300 metros de una calle más de 20 metros, en diciembre de 1774. Tres años más tarde, el gobierno de la ciudad comenzó con la ardua tarea de afianzar todas las estructuras subterráneas y, de paso, comenzar a catalogar todo ese mundo que en algún momento había abastecido de piedra a la ciudad y que había sido casi olvidado por completo.
El problema de los cementerios medievales
Durante la Edad Media, y con el auge del cristianismo en toda Europa, se construyeron multitud de iglesias. Muchas de ellas preservaron las reliquias de santos como forma de culto, o incluso se construyeron en torno. Esto, unido a que estos edificios habían sido consagrados, fue clave para entender cómo se popularizaron los cementerios en junto a las iglesias. De alguna forma, estar cerca de la casa de Dios otorgaba la pureza necesaria para protegerse del mal y garantizar un buen destino tras la muerte.
En ciudades donde se aglomeraba mucha población, esto pronto se convirtió en un problema. Hacia el año 1000, debido a la rápida expansión de París, muchas de las iglesias y sus respectivos cementerios fueron rodeados por edificios y nuevos conciudadanos. Estos habitantes frecuentaron los lugares de culto más cercanos y, como buenos parroquianos, también quisieron ser enterrados en los mismos cementerios que sus antepasados.
En el siglo XII la situación comenzó a ser insostenible: en solo 200 años la población de París se había multiplicado por cinco. Esta gran presión provocó que solo los ricos tuviera acceso a su propia tumba en los sobrepoblados cementerios. Las fosas comunes se popularizaron, especialmente en las zonas más tensionadas4 , como fue el caso del cementerio de los Santos Inocentes, junto al antiguo mercado de Les Halles.
En el siglo XVIII, las condiciones sanitarias de este cementerio ya eran insostenibles, pero como seguía siendo una importante fuente de ingresos para la iglesia parisina, los clérigos mantuvieron los enterramientos. Para entonces, el cementerio al completo, al igual que muchos otros de la ciudad, estaba rodeado de osarios construidos con los huesos de los muertos que se exhumaban de las fosas comunes para poder enterrar a otros. Algunos cementerios llegaron a aumentar hasta dos metros su altura, con un suelo que estaba repleto de restos humanos.
La solución de las catacumbas
A finales del siglo XVIII, alguien en París tuvo una gran idea. Con una extensa red de galerías subterráneas que estaba siendo reformada y con un problema de salubridad en toda la ciudad por los cementerios mal gestionados, solo había una solución. Después de desechar la primera idea, llevar los restos a las canteras de las afueras de París, se optó por la opción de Alexandre Lenoir. Este general de la policía parisina propuso emplear los túneles subterráneos para almacenar los restos humanos que desbordaban los cementerios.
El plan se puso en marcha con, Thiroux de Crosne, el sucesor de Lenoir. En 1785 se comenzaron las exhumaciones masivas y el traslado de los huesos a la puerta de la ciudad conocida como Porte d’Enfer, en la actual plaza de Denfer-Rocherau. Los cadáveres fueron trasladados desde todos los cementerios de la ciudad para crear unas gigantescas catacumbas.
Las actividades tuvieron cierto decoro, ya que se optó por llevar a cabo los traslados únicamente por la noche. Lo que no se hizo inicialmente fue pensar en todos los familiares que, de la noche a la mañana, habían perdido para siempre el rastro de sus seres queridos sin un lugar al que ir a rezar por ellos. Durante los dos primeros años, todos los esfuerzos se centraron en el cementerio de los Santos Inocentes, el más poblado de la ciudad, cuyos restos fueron amontonados sin ningún tipo de control para solucionar el problema imperante: la salud pública.
Esto continuó hasta la llegada de Louis-Étienne Héricart de Thury. Este político e ingeniero de minas, a partir 1810, propuso renovaciones en los pasillos subterráneos. La idea era transformar las galerías en un mausoleo visitable por todos aquellos que quisieran homenajear a sus antepasados. De este modo, las tibias y calaveras comenzaron a apilarse formando pasillos más transitables, con referencias a los años de fallecimiento y las parroquias de origen.
Durante el siglo XIX, las catacumbas de París estuvieron abiertas al público de forma interrumpida, con algunas visitas históricas como la del emperador de Austria, Francisco I, en 1814, o la de Napoleón III y su hijo, en 1860. Todo esto se sabe gracias a que se puso a disposición de los visitantes un libro en el que podían plasmar su experiencia.
A lo largo del siglo XX, las catacumbas también formaron parte de algunos de los episodios más importantes de la ciudad. En la Segunda Guerra Mundial, tras la rendición de París, parte de estas extensas galerías se convirtieron en el cuartel general de la resistencia, ya que el complejo pasadizo era un escondite sin igual. Los alemanes también terminaron ocupando parte de esta red subterránea, lo que ocasionó múltiples enfrentamientos entre ambos bandos.
En agosto de 1944, tras la liberación de París, se prohibió el acceso libre a las catacumbas. La reapertura tuvo lugar en 1955, pero a partir de ese momento únicamente de forma acompañada. Dada la gran extensión de la red, al gobierno de la ciudad le ha costado mucho evitar los accesos clandestinos. En los 80 y los 90 se popularizaron las raves y todavía hoy se pueden ver en Internet vídeos de gente que baja a los subsuelos a explorar un mundo cargado de historia5.
A pesar de la alternativa, mi recomendación es que si visitáis París, echéis un rato en visitar el Imperio de la Muerte. Os dejo el enlace a la web oficial.
El pasado 16 de abril se publicó mi primer libro, sobre la historia de la propaganda. Echad un vistazo si queréis más detalles… ¡Y corred la voz!
Y bueno, muchas gracias por la acogida. Se agradece.
Pasé más de cuatro meses, al menos en estas ciudades: Telford, París, Bristol, Londres, Frankfurt, Roma, Nápoles, Bruselas, Milán, Zúrich y Utrecht. En muchas más estuve pocas semanas.
Pongo ese gratis en cursiva porque, con el tiempo, soy más y más consciente del coste personal que tuvo esa época.
La famosa red subterránea de Montreal apenas tiene 30 kilómetros. Mejor construidos, por supuesto, pero muchos menos.
Reconozco que se me hace raro hablar de zona tensionada al referirme al siglo XII.
No todas las historias son igual de bonitas. Al menos una chavala perdió la vida en una fiesta en enero de 2005, y su cadáver se encontró dos años más tarde. Así que mucho cuidado.
Tremendo recorrido por la historia de París, Miguel.
Súper interesante. Lo he disfrutado mucho.
Gracias por estar. ❤️
Muy bueno. Me recuerda algo el descontrol del valle de los caídos