La propaganda en la educación japonesa durante la Segunda Guerra Mundial
Newsletter #51 – 2024/02/27
Buen martes a todos,
El tema que os traigo hoy es algo peliagudo, así que me voy a tomar la introducción para establecer unas bases que sirvan para contextualizar todo lo que viene después. Las escuelas y los modelos educativos son aquello que permite reglar los conocimientos que todo ciudadano necesita para coexistir y servir de forma exitosa a la sociedad de la que forman parte. En su aspecto más fundamental, es la forma de lograr que los más pequeños aprendan a leer, a escribir y a manejar los conceptos matemáticos básicos. Más allá, todos los sistemas incluyen diversas asignaturas que capacitan a los alumnos en otras materias como biología, física, química o lenguas extranjeras, pero también hay asignaturas que ayudan a conocer la tradición cultural, la historia o las bases administrativas y políticas del estado del que forman parte. Es importante que todo esto se enseñe de niños, ya que la gran plasticidad de los jóvenes permite que estas bases queden impregnadas de forma firme en el individuo. Y precisamente esto último es lo que convierte a la educación en un gran atractivo para la propaganda
Esto nos lleva a un gran debate. ¿En qué punto termina la educación y cuando comienza la propaganda? De todo lo que se inculca a un niño, ¿qué es aceptable por la sociedad y qué no? El debate sobre la distinción entre educación y propaganda es algo que tiene más de cien años en el ámbito académico y puede que muchos siglos más en las conversaciones entre ciudadanos. A la gente le incomoda pensar en la posibilidad de que las escuelas estén aleccionando a sus hijos en unas ideas o valores que no se corresponden con los propios. De hecho, es un tema recurrente de conversación ante cualquier reforma educativa, ya que siempre existe el temor de que la escuela pueda ser utilizada como plataforma de adoctrinamiento, ya sea por profesores y maestros que tengan una agenda personal o por interés y bajo la directriz de aquellos que están en el Gobierno.
La pregunta no tiene respuesta, o al menos no tiene una respuesta evidente y consensuada1. Es fácil caer en simplezas como el hecho de que la educación se centra en aquello que es cierto, mientras que la propaganda busca pervertir esa verdad. Si esto fuera así, ¿quién determinaría qué es verdadero y qué es falso? Puede que sea fácil llegar a un acuerdo en las matemáticas e incluso en algunas ciencias, pero resultaría mucho más complicado cuando nos adentramos en la historia o en los valores de la sociedad.
Os dejo el dilema en el aire, y paso a adentrarme en el tema de la newsletter de hoy: la propaganda educativa en el Japón Imperial.
La restauración Meiji y Gakusei
La historia de Japón es la historia de una nación aislacionista, al menos antes de la primera llegada de Occidente. Desde aquel momento, no tardaron en establecerse una serie de límites a las relaciones internacionales que fueron recogidas en la política sakoku. Esta prohibía por completo entrar o salir a ninguna persona del país, con un contacto reducido a Corea, a China y a los Países Bajos, su único socio comercial en Occidente. Tras una guerra civil llegó en 1868 la restauración Meiji y, con ella, el paso a hacia la modernidad.
La restauración Meiji se puede entender como un conjunto de cambios que llevaron al archipiélago de una sociedad medieval a un estado moderno, como los muchos que aparecieron en todo el mundo entre los siglos XVIII y XIX. Entre las muchas reformas, se reestructuró la sociedad, erradicando el complejo sistema de clases para simplificarlo únicamente en dos clases: una que agrupaba a los grupos privilegiados, como aristócratas y samuráis, y otra para el resto de la población, entre los que estaban agricultores, artesanos y comerciantes. Más importante fue la reforma económica, que tuvo como eje director la industrialización del país, para lo cual fue necesario abrir las fronteras y comenzar a intercambiar conocimiento con potencias extranjeras.
El 3 de agosto de 1872, tan solo cuatro años después de la llegada del emperador Meiji al poder, se anunció el primer plan de educación nacional, conocido como Gakusei. Para que todas las reformas que se estaban llevando a cabo tuvieran calado, era necesario que la educación llegase a todos los ámbitos de la sociedad, ya que hasta ese momento había estado limitada a los samuráis, centrándose exclusivamente en la caligrafía, el uso del ábaco y el estudio de los clásicos del confucianismo. Con una fuerte influencia de los sistemas de educación occidentales, Gakusei llevó la educación primaria a todos los jóvenes del país, expandiendo las áreas de aprendizaje para incluir lectura, escritura, oratoria, historia, geografía, ciencia, aritmética, salud y moral.
Uno de los principales problemas con los que se topó esta reforma fue la falta de libros y recursos que permitieran cubrir el nuevo curriculum. Inicialmente, se optó por reciclar todo el material existente e importar libros de Occidente, con los que se podrían cubrir las nuevas asignaturas. La falta de planificación provocó que las materias y su contenido no estuvieran adecuadas para la edad de los alumnos, por lo que pronto el Ministerio de Educación tuvo que cambiar de estrategia y comenzar a crear sus propios materiales. En geografía, dos de los primeros ejemplos los encontramos en estos dos mapas elaborados por el cartógrafo Shūichi Miyake en 1876 para representar Asia y África.
Estos dos mapas son especialmente interesantes, ya que muestran de forma manifiesta el aislamiento de Japón hasta este momento. Los mapas muestran territorios en cada continente, pero solo tienen en cuenta parte de la realidad política de estas regiones. Y es que esto aún no era interesante para un país que estaba comenzando su apertura, bastaba con que los alumnos de las escuelas se familiarizaran con que el mundo era un lugar mucho más allá del archipiélago, que esas tierras se podían dividir en una serie de regiones y que en estas había algunos estados importantes.
En la misma línea, pronto aparecieron otros trabajos más elaborados y necesarios para estudiar las materias específicas en el contexto de Japón. En 1885 se publicó el primer atlas temático de Japón, Producción Agrícola del Imperio del Japón2, el cual aportaba un gran nivel de detalles sobre la geografía y geología del país, a pesar de que su fin principal era aportar datos sobre el sistema agrario de Japón. Este atlas, como parte del material que se creó en este periodo, utilizaba el inglés y el japonés, de tal modo que pudiera ser utilizado para intercambiar información y continuar recibiendo material de otros países.
La propaganda del nuevo sistema educativo
En 1895 el Imperio del Japón comenzó su periodo expansionista, con las primeras guerras en las que se enfrentaron a China y Rusia. Esta nueva naturaleza poco a poco se impregnó en el sistema educativo, el cual comenzó a inculcar una serie de preceptos que garantizasen que los ciudadanos japoneses comulgaban con la forma de ver el mundo del emperador y del gobierno japonés.
Dentro de las asignaturas dedicadas a la moral, a la oratoria y a la historia, fundamentalmente, se promulgó el Kokutai, la particular forma que tenía Japón de entender la esencia nacional. A diferencia de muchos estados europeos, como es el caso de Francia, en el Imperio del Japón la identidad nacional no emerge del pueblo, sino que fluye desde la posición divina del emperador, como descendiente directo de Jinmu Tennō3. Pero lo que quizá es más curioso, este nacionalismo japonés con tintes espirituales no refuerza la importancia de la religión frente al Estado o a la sociedad, sino que solo utiliza la divinidad y espiritualidad del líder para legitimar su posición en el poder. Además, todos los estudiantes eran considerados hijos del emperador y se esperaba de ellos que se sacrificasen, si fuera necesario, para servir a la nación.
Para afianzar en los más pequeños la idea de superioridad, el Ministerio de Educación también se valió de otras asignaturas de corte científico. El mejor ejemplo es el de la teoría de la evolución, la cual chocaba de forma frontal con la tradición religiosa y cultural de Japón, pero que pasó a formar parte del curriculum de las escuelas. La razón no fue la convicción de que Darwin estaba en lo correcto, sino que se utilizó como herramienta necesaria para ahondar desde otra perspectiva en la superioridad del pueblo japonés. De modo semejante a lo acontecido en la Alemania Nazi, la teoría de la evolución también llegó a utilizarse para justificar la eugenesia como una forma legítima de mantener el poder del Imperio del Japón4.
Como parte del sistema educativo, los profesores y maestros que impartían las clases también fueron piezas fundamentales. Se crearon asociaciones gubernamentales, en las que todos los profesionales de la educación estaban obligados a colaborar. De este modo se buscaba garantizar un nivel de presión continua entre compañeros, con lo que fuera fácil identificar a díscolos y todos ellos se vieran obligados a impartir las clases siguiendo las pautas marcadas por el Estado. Estas asociaciones estuvieron participadas por el Ejército, el cual tenía potestad para supervisar las clases. Apenas fue necesaria la intervención, ya que la mera amenaza resultó suficiente para que se mantuviera esa consistencia entre todo el profesorado.
Una vez hubo estallado la Segunda Guerra Mundial, la necesidad de propaganda para garantizar el apoyo de los más jóvenes se incrementó. El Gobierno era consciente de que no se podía ocultar la realidad expansionista, por lo que se complementó todo el trabajo en las escuelas con una serie de revistas que exploraban el sacrificio del Ejército por el bien de la sociedad japonesa. A lo largo de 1940 vieron la luz varias ediciones de una revista con el título Compañeros y estudiantes en el frente, en la que se relataban las hazañas de los más jóvenes del Ejército, como una muestra de que todos los miembros de la sociedad podían marcar la diferencia. Esta revista también iba acompañada de múltiples mapas que representaban los avances del Imperio del Japón.
Con esta revista el gobierno se aseguraba de que los estudiantes estaban al tanto de lo que acontecía en el mundo, y daba pie a los profesores para adaptar el aprendizaje e incluir en él referencias a los nuevos enemigos y las razones por los que las acciones del Imperio del Japón en el Pacífico y en Asia estaban justificadas.
La educación más allá de las escuelas
A diferencia de otros países, en Japón apenas tuvieron relevancia las organizaciones juveniles como sí que lo tuvieron en la Unión Soviética, el Reino Unido o Alemania. El único atisbo fue la creación del Partido de la Juventud del Gran Japón en 1937, inspirado en las Juventudes Hitlerianas, pero dos años después de su creación apenas había alcanzado los 2.000 miembros. Sin unas organizaciones que pudieran ocupar el tiempo libre de los niños, ¿cómo se aseguró el gobierno japonés de que la narrativa se impondría también fuera del horario lectivo? La respuesta la tenemos en algo tan característico de Japón como es el manga.
Buscando un contexto desligado del carácter puramente educativo, muchas editoriales en Japón comenzaron a publicar diversas revistas con las que pretendían ocupar el espacio de ocio de los niños cuando llegaban a casa. Un ejemplo lo encontramos en la revista infantil Shonen Kurabu, la cual comenzó a publicarse en 1914 centrada poesía y novelas serializadas con algunas ilustraciones. El contenido establecía una narrativa en la que imperaba el positivismo y la idea de que todo ciudadano ha de cumplir con su deber por voluntad propia y sin esperar a recibir órdenes de nadie. Al mismo tiempo, se insistía en la necesidad de prestar atención a la escuela y a ser una persona digna y fuerte.
El salto cuantitativo llega a Shonen Kurabu en 1931, cuando comienzan a incluir en la revista a Norakuro, una serie manga protagonizada por un perro antropomórfico que servía como parte del regimiento de perros feroces. A lo largo de las publicaciones, el personaje principal, Norakuro, va progresando en el ejército de perros, mientras combate al ejército de cerdos del continente. La propaganda en esta historia intenta influir a los lectores en todos los ámbitos posibles. En primer lugar, y de forma estructural, el protagonista representa el ideal japonés: esfuerzo y dedicación para poder servir a la patria y así poder trascender como un héroe de guerra. El ejército adversario está situado en Asia continental, lo que permite establecer una relación rápida con el Ejército chino al que Japón se enfrentaba desde la invasión de Manchuria en 1931. La caracterización de los enemigos como cerdos establece una marcada diferencia entre japoneses y chinos, lo que no deja de ser más que una representación para público juvenil del sentimiento de superioridad cultural que había impuesto el Gobierno en el Imperio del Japón.
El éxito del manga en Japón fue acompañado del éxito de su versión animada, el anime. Este formato tuvo una gran competencia con las películas de animación importadas de occidente en la década de los años 20 y 30, las cuales superaban en calidad y precio a la producción nacional. La única forma que tuvo el anime de imponerse fue explorar mensajes más cercanos con la sociedad japonesa. Esto fue clave para lograr que los adultos se sintieran identificados y optasen por llevar a sus hijos al cine a ver este tipo de películas que profundizaban en referencias culturales y buscaban, de una u otra manera, preservar los valores de la nación japonesa, como si de una cámara de eco se tratara.
En 1939, con la prohibición de reproducción películas extranjeras, el anime japonés tuvo su primera edad de oro. Esto fue acompañado de cortos educativos protagonizados por los mismos personajes que copaban las salas de cine, lo que ayudaba a que los propios niños pidieran a sus padres ir a ver las películas al cine con las que la propaganda conseguiría calar más hondo. El anime más icónico de este periodo se publicó en 1943: Momotarō no Umiwashi (Las águilas de Momotarō). Momotarō, el protagonista de esta película infantil, es una película del folclore japonés, con la que padres y niños ya estaban muy familiarizados.
La historia narra cómo este personaje se rodea de un grupo de animales en una misión para destruir la isla del Demonio, cuyos habitantes estaban caracterizados como estadounidenses y británicos. Para hacerlo más creíble, la representación de muchos de los habitantes de esta isla seguía los patrones de personajes de animación estadounidense con los que la audiencia estaba familiarizada gracias a años de consumo de ese tipo de películas. Este es el caso de la aparición de Brutus, el antagonista de Popeye, como un soldado enemigo que abusaba del alcohol y carecía de toda disciplina. En sí, toda la película es una clara referencia a Pearl Harbor y una justificación de las acciones del Ejército japonés de cara a toda la ciudadanía.
Esta película tuvo una secuela, Momotarō - Umi no Shinpei (Momotarō, dios de las olas), que se publicó en 1945, pocos meses antes del fin de la guerra. Esta obra constituye el primer anime de larga duración y es, junto a su predecesora, una obra cumbre de la propaganda japonesa de este periodo. En esta ocasión, el protagonista viaja a la isla de Célebes, la cual pasó durante la guerra de ser una colonia holandesa a estar ocupada por el Imperio del Japón. Momotarō, caracterizado como un general del Ejército de Japón, llega a la isla acompañado de sus amigos animales y se encuentra con una población de animales en una situación de mayor pobreza. El relato que transmite la película muestra a Japón como el Imperio que está actuando para liberar toda Asia y que es capaz de llevar el progreso al resto de regiones. Con todo ello, el anime refuerza el ideal panasiático que Japón utilizó para justificar la invasión de múltiples países de Asia continental y del océano Pacífico.
Hay multitud de artículos y ensayos sobre este tema, pero en función de lo que busques, puedes encontrar alguno que valide tu postura. A mí, a modo personal, me resulta interesante uno publicado en 1935 por Carroll H. Wooddy, sobre todo porque ayuda a entender que hace casi 90 años ya había quien se preocupaba de este asunto. Casi todo lo que dice es muy cuestionable desde los estándares actuales.
Podéis consultarlo por completo en la web de David Rumsey.
En Japón, todos los emperadores eran legítimos herederos del legendario emperador Jinmu Tennō, a quien la mitología lo sitúa como descendiente directo de Amaterasu, la diosa del Sol. Todos los sucesores de Jinmu, según el orden de sucesión tradicional, se convertían automáticamente en descendientes de Amaterasu. Incluso la constitución de 1889 constataba la divinidad de la familia imperial, algo que se mantuvo hasta el mandato de Hirohito durante la Segunda Guerra Mundial.
Aunque únicamente mencione el ejemplo de la Alemania Nazi, el uso de la Teoría de la Evolución en este sentido es algo que se extiende a muchas otras potencias. E incluso las ideas eugenésicas han trascendido a los regímenes autoritarios de la primera mitad del siglo XX y han estado presentes en muchos otros países (incluso democráticos) durante la segunda mitad del siglo XX.
No es por desmerecer el resto de tu trabajo y publicaciones, pero esta es alucinante. Me ha dejado loca la evolución del manga.
Mil gracias por tu esfuerzo y dedicación 💚.
Lo siento va a parecer que soy tu novio. Una vez más interesantisimo, la transición al manga sorprendente por lo desconocida y la información abrumadora. Me gustan los mapas 'políticos" de los 40 y el de las conquistas es muy curioso. Dos dudas, en el mapa de África (que susto hasta que me he dado cuenta de que estaba "de lado") ¿como indicaban donde estaba el norte? y en el mapa de la situación política mundial encima de la URSS se ven aviones y hoces... ¿Fobia japonesa a los martillos?