Buen martes a todos,
Hace ya mes y medio que vio la luz mi primer libro, La batalla de la propaganda en la Segunda Guerra Mundial1. Tenía ganas de poder anunciarlo, de que viera la luz y de poder tenerlo en mis manos. Es una gran sensación, no se puede negar. Hace que todo el proceso merezca la pena aún más2. Pero de ese momento en adelante, la parte más introvertida de mí entra en conflicto con lo que es tener un libro recién publicado. Y el culmen de eso tendrá lugar este próximo domingo 9 de junio, que estaré en la Feria del Libro de Madrid, apostado en la caseta 277 del bloque 28A entre las 13:00 y las 14:00. Si pasáis por allí, no dudéis en pasaros para saludar3.
Aprovechando que ya estamos en faena, voy a aprovechar la newsletter de hoy para tratar un tema que tengo pendiente desde hace tiempo, que trato en parte del libro y que, además, me lo recordó
en lo que publicó hace unas semanas sobre las Catedrales del siglo XXI. Se trata de la idea de propaganda monumental, entendida como todas esas construcciones cuyo fin trasciende a la funcionalidad del edificio en sí, con el objetivo de mostrar un poder, un estatus o un ideal.Es un tema extenso, y prácticamente se podría escribir líneas y líneas sin salirnos de una sola ciudad o periodo histórico. En el libro4 dedico un buen puñado de páginas a este asunto, ya que es una forma esencial de propaganda desde que se constituyen las primeras ciudades de la historia. Hoy optaré por otro enfoque y así para aprovechar para contar algunas cosas que no tuvieron cabida en el libro, que no por ello son menos fascinantes.
Los Palacios de Nínive y la obra civil romana
Cuando aparecieron las primeras ciudades-estado en Mesopotamia, hace unos 5000 años, los monumentos de carácter religioso ya se habían instaurado como un elemento necesario de cualquier población de tamaño relevante. El poder religioso estaba asociado con los grandes mandatarios, por lo que esos templos erigidos en honor a los distintos dioses también servían como centro de poder político. Con la creciente complejidad de las sociedades, surge la necesidad de independizar ambos poderes, algo que pronto se ve reflejado con la construcción de los primeros palacios.
Hace 3 000 años estos palacios ya se han constituido como un símbolo de poder en Egipto, en Grecia o incluso en Mesopotamia. Precisamente en esta última región es donde quiero parar hoy para mostrar uno de los mejores ejemplos de propaganda monumental de la antigüedad: los Palacios de Nínive construidos durante el Imperio asirio.
Asurbanipal, como gran obra de su reinado, durante el siglo VII a. C., se propuso construir un palacio que eclipsase al de Senaquerib, el rey más importante que había conocido el Imperio asirio. Para ello, no se centró en la grandeza del tamaño, sino que optó por la ostentación y la simbología. Utilizó piedras de gran tamaño, a pesar de no tener grandes canteras en la cercanía, lo cual mostraba de forma indirecta un poder económico tan solo a la altura de un rey poderoso.
Las estancias del palacio de Asurbanipal se decoraron con relieves con gran poder artístico, los cuales describían batallas, conquistas o entregas de tributos en las que el rey siempre era el protagonista. Se podría interpretar que esto era únicamente una cuestión de ego, hasta que nos centramos los largos pasillos que llevaban a la sala del trono. Para acompañar a súbditos y emisarios enemigos de camino a ver Asurbanipal, las paredes estaban repletas de escenas en las que se ajusticiaba a los enemigos del Imperio asirio y escenas en las que se mostraba la prosperidad de aquellos que decidían ser amigos. La elección de las escenas representadas en cada lugar del palacio parecen tener una clara intención propagandística, para influenciar a su corte en la sala del trono, pero también a las visitas cuando iban camino de la misma.
En tiempos de Roma, gracias a los grandes avances de la ingeniería y la obra pública, la propaganda monumental trasciende a los grandes poderes y llega a otras partes de la ciudad. De sobra es conocido el caso de los arcos del triunfo, que pasaron de ser pequeños homenajes temporales levantados en madera durante tiempos de la República, a convertirse en colosales estructuras de piedra que perpetuaban la memoria del gobernante más allá de su mandato. Pero mucho más interesante me parece cómo la obra civil no solo buscaba mejorar la vida de los ciudadanos de Roma, sino también que fuera visible que gracias a Roma tenían acceso a esa sustancial mejora de la vida.
En tiempos del Imperio, la expansión de Roma fue rápida, lo que también hacía necesario que hubiera buenas estrategias de romanización. Un lugar para ver obras de teatro o disfrutar de combates entre gladiadores ya servía para la romanización, pero si además eran edificios característicos, grandes y vistosos, mejor. Mi ejemplo favorito, como buen segoviano, es el del acueducto de Segovia. Esta imponente obra bien podía haber sido sustituida por un sistema de sifones que transportase el agua desde la parte baja hasta lo alto de la ciudad, como se hizo en otras partes del Imperio. En su lugar se optó por un complejo mecanismo de doble arcada para que el canal del acueducto se alzase hasta 28 metros antes de su llegada a la parte alta de Segovia. Con esto, no solo se conseguía dotar de agua a la ciudad, sino que se dejaba constancia de quiénes habían sido los responsables de semejante obra de ingeniería5.
París: monumentos para apuntalar la identidad nacional
Tras la caída del Imperio romano, las construcciones civiles perdieron fuerza en beneficio de imponentes edificaciones religiosas, como pueden ser las mezquitas de los Omeyas o las principales catedrales góticas europeas. Existen varios motivos que llevan a las sociedades europeas a este cambio, pero el más importante fue la segmentación del poder en pequeños gobernantes, enfrentados de forma continua. Sin una figura de autoridad que perdurase en el tiempo, no se podía mantener una narrativa y una estrategia consistente a lo largo de generaciones. El único reducto se encuentra en los castillos y murallas medievales, los cuales no solo servían como estructuras defensivas, sino que revelaban el poder del señor y dotaban de un sentido de pertenencia a todos los que se asentaban en su interior, junto a ellas o en un área de influencia más extensa.
Con el Renacimiento y la creación de los primeros estados modernos resurgió la propaganda monumental y se retomaron estrategias análogas a las ya utilizadas por los romanos. Seguía siendo vital impresionar a las masas y ensalzar el poder y la presencia del Estado, lo que se consiguió a través de construcciones singulares de gran magnitud, así como con la elección de emplazamientos estratégicos que hacían inevitable que estas fueran admiradas. El siglo XIX y los nacionalismos ahondaron en la necesidad de mostrar tanto el poder del Estado como la grandeza del pueblo, la necesidad de fraguar una identidad y el valor de erigir símbolos en torno al nuevo concepto de nación.
Algunos ejemplos sutiles se pueden encontrar en Budapest o Londres, donde sus respectivos parlamentos, centro del poder estatal, se elevan de forma monumental a la ribera del río de la ciudad, para que se puedan apreciar por toda la orilla. Mucho más sofisticado y planificado es el caso de París. Desde la Revolución Francesa, en 1789, la ciudad fue poco a poco transformada para hacerla más salubre, creando una red de grandes avenidas que permitían airear la ciudad y, simultáneamente, establecer largas calles y parques que permiten apreciar las grandes construcciones de la nación francesa.
Os traigo un simple mapa turístico de París para que sea más fácil apreciar esta obra maestra del urbanismo y la propaganda. El Arco de Triunfo se construyó entre 1806 y 1836 en la plaza de la Estrella, a la que llegan doce calles. Siguiendo la más importante, la avenida de los Campos Elíseos, se llega a la plaza de la Concordia, donde en el mismo 1836 se trasladó desde Egipto el obelisco de Luxor. Continuando en la misma dirección, están situados los jardines de las Tullerías, y al final se encuentra el Arco de Triunfo del Carrusel, terminado en 1809, que sirve de entrada al Museo del Louvre, inaugurado en 1793.
Lo que acabamos de recorrer es el eje más sencillo para mostrar lo bien situados que están los monumentos en París, por el simple hecho de que sigue un urbanismo planificado que permitió tintarlo de una propaganda que realzara el espíritu nacional francés, pero casi con tantos ejemplos como grandes avenidas tiene la ciudad. Desde la misma plaza de la Concordia, si tomamos el eje perpendicular, hacia el norte llegamos a la Iglesia de la Madeleine, que fue edificada originalmente como un homenaje de Napoleón al ejército francés en 1806. En dirección contraria, hacia el sur, pasado el Sena, llegamos a la Asamblea Nacional de Francia, un edificio que fue originalmente de los Borbones, pero que después de la Revolución pasó a ser del estado, con una columnata clásica añadida por Napoleón, también en 1806.
Hay un sinfín de avenidas en París que están coronadas por monumentos icónicos. Para mí, los más interesantes, son los que buscan realzar el carácter revolucionario de Francia, como es el caso de la Columna de Julio, en la plaza de la Bastilla, o el Triunfo de la República, en la plaza de la Nación. Algunos reivindican el pasado cultural católico de la sociedad, como es el caso de la Iglesia de la Santa Trinidad o la Iglesia de San Vicente de Paúl. Otros, simplemente, realzan la grandeza cultural de los franceses, con el magnífico ejemplo del Palacio Garnier, que corona la avenida de la Ópera.
No me gusta incluir entre los ejemplos a la Torre Eiffel, ya que se concibió con un carácter temporal, lo que invalida que existiera una intención propagandística planificada. Aun así, se situó perfectamente en el centro de un uno de los grandes parques de París, los Campos de Marte, para que se pudiera admirar a la perfección desde el Palacio del Trocadero, el cual sí que se construyó bajo la misma planificación que el resto de monumentos que hemos visto, en 1877. Curiosamente, el Palacio del Trocadero, que buscaba perdurar en el tiempo, sí que fue demolido para levantar el Palacio de Chaillot en 1937.
Lenin y el Plan de Propaganda Monumental
Lo que sucedió en París, sucedió en menor medida en muchas otras ciudades Europeas. No todas se atrevieron con la gran reforma urbanística de la capital francesa, pero sí que levantaron monumentos icónicos en lugares estratégicos para que pudieran ser apreciados por la sociedad. Sí que existía un carácter propagandístico detrás estas construcciones, pero no subyacía una estrategia sólida del estado. Todo esto cambió tras la Revolución de Octubre de 1917 y la creación de la Unión Soviética.
Tan solo seis meses después de que el Partido Comunista tomara el poder, se aprobó el Plan de Propaganda Monumental. De forma semejante al resto de propaganda monumental que hemos visto, este plan buscaba ensalzar el estado mediante la conmemoración del éxito de la revolución y promulgando las nuevas ideas comunistas. Pero este plan tenía un segundo objetivo que nunca antes se había establecido de un modo tan firme: borrar todo rastro del zarismo por medio de la destrucción de toda obra que careciera de valor artístico.
Una de las primeras en ser destruidas fue la estatua de bronce del zar Alejandro II en el monumento edificado en su honor en el Kremlin. Este había sido alzado tras su asesinato en un atentado orquestado por la organización revolucionaria Naródnaya Volia en 1881. Al borrar este monumento, Lenin buscaba simultáneamente eliminar la memoria del zarismo y disimular el oscuro pasado de los primeros grupos revolucionarios. Aunque el plan buscaba tan solo destruir aquellas obras zaristas sin interés artístico, la realidad fue que, en los años posteriores, todas las imágenes y edificaciones zaristas desaparecieron de las calles de Rusia.
En algunas ocasiones, la destrucción en sí se convirtió en un refinado acto de propaganda, como ocurrió con la decapitación de la gran estatua del zar Alejandro III frente a la Catedral de Cristo Salvador en Moscú. El acontecimiento quedó registrado por un equipo de cámaras, que más tarde montó una grabación en blanco y negro que fue proyectada por el Partido Comunista en gran parte de Rusia como un icono de las medidas que estaban tomando para romper con el pasado.
El zarismo, al igual que otros gobiernos europeos, había situado sus monumentos en lugares de fácil admiración y acceso, por lo que los huecos que dejaron la destrucción de estas construcciones fueron reutilizados para levantar las nuevas obras del socialismo. En ciertas situaciones, dado el valor artístico y la capacidad de modificación, algunos monumentos monárquicos pudieron ser adecuados para satisfacer las necesidades del Estado soviético. Una muestra de este reciclaje es el obelisco erigido por los Románov en 1914, que estaba coronado por el águila bicéfala que simbolizaba a la casa monárquica. En 1918, en vez de derribarlo por completo, un batallón de soldados letones se limitó a derrocar el símbolo zarista para acompañar el obelisco de una inscripción en homenaje a los grandes pensadores del socialismo como Karl Marx, Friedrich Engels, Karl Liebknecht o Ferdinand Lassalle.
En un plazo de apenas tres años se alzaron más de veinticinco obras en Moscú, quince en San Petersburgo y varias docenas más en el resto de Rusia. La crisis económica en la que estuvo sumida la Unión Soviética en sus primeros años supuso un problema para ejecutar este plan de coste tan elevado. Esto llevó a que los artistas tuvieran que recurrir a materiales baratos, como el yeso y el cemento, en vez del bronce y la piedra, lo que limitaba mucho la robustez de los monumentos. Pese a que el valor artístico del plan no se pudo conseguir de forma inicial, el objetivo propagandístico de la campaña fue logrado con creces, dejando las grandes ciudades rusas inmersas en una visible victoria del socialismo sobre el zarismo. En las décadas posteriores, gran parte de estas obras fueron reconstruidas con materiales de mayor calidad artística, lo que ha permitido que se preserven hasta la actualidad.
PS: Cuando empecé a escribir la newsletter de hoy tenía pensado terminar con el gran plan monumental que tenía Hitler para Berlín y que no consiguió llegar a cabo. Dado que me he alargado bastante lo pasaré por alto, pero os dejo con un gran hilo que escribió Jorge Corrales en Twitter hace un par de años.
Algún día posiblemente dedique una newsletter a todo lo que aprendí sobre el proceso de escribir un libro. No solo sobre la temática en sí (que mucho), sino sobre el proceso de documentación, estructuración, redacción… y bueno, algunas cosas que también se aprende sobre el mundo editorial.
Se supone que estoy apostado para firmar, pero yo con que haya alguna visita me conformo.
Sobre el acueducto de Segovia y su peso propagandístico escribí en la Biblioteca de Pérgamo hace un par de años, por si queréis echarlo un vistazo.
Monumental es tu newsletter Miguel. En la Substack Avenue de New York deberían gastarse los dólares con un busto de Milhaud ;)