Seis años del covid
Newsletter #163 – 2025/12/21
Buen domingo a todos,
Este año los virus me adoran. En las últimas seis o siete semanas, he estado enfermo en tres ocasiones, de lo que sospecho que habrán sido tres virus distintos. El primero me atacó directamente al aparato digestivo, lo que me llevó a estar un par de días únicamente con suero. El segundo tuvo los síntomas clásicos de un catarro o una gripe floja, con un pico de fiebre un día y algo de malestar un puñado de días más.
Pero el tercero que decidió visitarme el sábado pasado está siendo sin duda el más puñetero de todos. No me ha impedido trabajar, prepararme la comida o apañar la casa, pero sí que me ha traído una tos molesta y profunda que ha arruinado mi sueño nocturno durante casi siete días consecutivos1. No todos los años, pero de vez en cuando sí que me cojo un catarro con tos que se me agarra un par de días, aunque no recuerdo yo estar de forma tan continuada con este molesto síntoma.
Hay quien me ha preguntado que qué tenía exactamente, pero para seros sinceros, no me he hecho pruebas para saber cuáles eran los tres virus en cuestión. Más que nada porque, al tratarse de síntomas comunes y ser más o menos llevaderos con las pautas habituales, saber qué virus en concreto era no iba a cambiar lo más mínimo2. A pesar de esto, el otro día hablando con una conocida, me dijo que esta tos guarruza suele estar causada por la versión del covid3 que está caminando por las calles de España.
Cuando me lo comentó, me di cuenta de que no tengo constancia de haber tenido covid en ningún momento. He tenido algún que otro catarro en los últimos años, pero quitando el segundo virus de esta temporada, ninguno me ha dado fiebre o malestar general, así que tampoco les he dado mucha importancia. Puede que alguno haya sido covid. Puede que no. A estas alturas, con vacunas de por medio y seis años de exposición, es imposible saber cómo habrán llegado los anticuerpos que tenga a mi torrente sanguíneo. E insisto, poco me importa.

Todo esto me ha llevado a pensar en que han pasado ya la friolera de 6 años desde que el virus SARS-CoV-2, el causante del covid, pasase de un murciélago4 a algún animal que fue llevado al Mercado mayorista de mariscos de Huanan, en Wuhan, China, donde este virus entró en contacto con los humanos5.
Ese mismo enero, las noticias comenzaron a llegar de China. El 9 de enero, El País y el ABC ya informaban de que había 59 contagiados por un virus semejante al SARS. El SARS había matado a más de 700 personas entre 2002 y 2004, principalmente en China, y su alta mortalidad ya hizo saltar las alarmas. El gobierno chino no dudó en ningún momento, y puso Wuhan en cuarentena el 23 de enero y una semana más tarde, al ver que el virus ya había llegado al resto del país, también puso estrictas medidas de mascarillas y transporte.
Desde España, y desde medio mundo, seguíamos las noticias como si aquello no fuera con nosotros. La distancia geográfica y cultural, tristemente, suele ser algo que limita mucho la empatía de las sociedades. Pero a medida que más casos se iban detectando en otros países, comenzamos a sentir el peligro más de cerca. Antes de que acabara aquel mes de enero, 26 países ya habían detectado casos de covid, cubriendo todos los continentes del mundo a excepción de África6.

En marzo, el riesgo ya se hizo evidente. En Occidente se había cuestionado la proporcionalidad de las medidas tomadas por China, pero hasta aquel marzo era imposible que medidas semejantes se tomaran en ningún país. Todo parecía impensable hasta que Italia se vio obligada a tomar medidas ante el inminente colapso del sistema de salud. El 8 de marzo ya declaró el confinamiento de todo el norte de Italia, extendiéndolo a todo el país el 9 de marzo.
El mundo necesitaba que un país democrático aceptase la urgencia de la situación, y ese país fue Italia. Quizá sí que fuera uno de los países con mayor presión por la nueva pandemia, pero desde luego que no era el único que llevaba días o semanas necesitando implantar medidas semejantes. Ese primer paso de Italia permitió que otros 23 países también pusieran en efecto medidas drásticas para frenar los contagios a lo largo de la semana siguiente.
Y fue entonces cuando comenzó uno de los periodos más extraños de la historia reciente de la humanidad. De la noche a la mañana, miles de millones de personas nos quedamos encerrados en nuestras casas, con nuestra atención prácticamente limitada al avance de la nueva pandemia. Al principio nos quisimos convencer de que sería una cosa de un par de semanas, pero luego fueron necesarias dos semanas más, y dos más. Cuando nos quisimos dar cuenta, llevábamos casi 3 meses en los que lo único que había sucedido en el mundo y en el día a día era la pandemia.

Muchos se obsesionaron con los datos, con publicar tablas con los nuevos contagios y las nuevas muertes. Estaban en los telediarios, estaban en los periódicos, estaban en las radios e incluso en las redes sociales. Había algunos organismos de referencia, pero cada cual tenía su manera particular de curar los datos y presentar la información de la forma que consideraban oportuna. Muchas personas que no tenían ningún tipo de formación sobre epidemiología o tratamiento de datos también se animaron a publicar datos de forma diaria7.
Mirases donde mirases, tenías tablas y gráficos. Los datos se convirtieron en aquel vecino pesado del que no consigues despedirte en la puerta del portal. Se quedaban pegados a ti y volvían cada día con una pequeña actualización que te hacía sentir informado, aunque más bien te mantenía obsesionado. Obsesionado bajo una sensación de transparencia que muy cuestionablemente se puede considerar una buena herramienta informativa.

El mundo siguió adelante, aunque de diferente manera en diferentes países. Hubo más confinamientos y el uso de la mascarilla continuó siendo recomendado u obligatorio durante un par de años más, pero poco a poco volvimos a la normalidad. Si hago memoria, recuerdo que aquel abril de 2020 no creía que fuera posible recuperar por completo el mundo que había existido antes del covid, pero parece que seis años más tarde no tantas cosas han cambiado.
Durante un tiempo, mucha gente consiguió teletrabajar, aunque la mayoría fueron llamados poco a poco a la oficina8. Se ven más mascarillas por la calle, y la gente está algo más concienciada con la importancia de no compartir los virus de forma innecesaria con su entorno, pero los sistemas sanitarios siguen estando cerca del colapso cada invierno.
Y quizá lo peor: aún no estamos preparados para otra pandemia. Es verdad que contamos con importantes avances tecnológicos que no teníamos antes de la pandemia de covid, y algunos sistemas de prevención han mejorado en varios países. Pero la posición sigue siendo frágil si lo que buscamos son mecanismos de predicción, detención precoz y respuesta rápida. El negacionismo no ha hecho más que aumentar en los últimos cinco años, y la fragilidad geopolítica mundial no hace más que fragmentarnos e impedir establecer medidas conjuntas y globales para mantenernos alerta.
Lo que os cuento esta semana no tiene nada que ver con lo que tenía pensado cuando me puse a escribir. Tenía en la recámara muchos mapas para hablar del covid después de todos estos años, pero a medida que escribía, me he puesto a recordar y he notado un pinchazo cuando me ha venido a la mente el estúpido nivel de sobreinformación al que estuvimos expuestos.
Esa es la razón por la que he optado por no compartir todos esos mapas y quedarme con un pequeño repaso de lo que aquello fue. Dicho lo cual, sí que hay un mapa que quiero compartir, porque me parece importante para poner en contexto todo lo que pasamos.

En los primeros dos años, se reportaron cerca de 6 millones de muertes en todo el mundo, pero este estudio de The Lancet muestra cómo se incrementaron durante este mismo periodo hasta los 18 millones de personas. Solo en dos años murió un 0,25 % de la población mundial, lo que es una auténtica barbaridad. Una mayoría lo hizo a causa del virus, pero también muchos lo hicieron por el colapso de los sistemas sanitarios y las cuestionables prácticas que se llevaron a cabo en muchos países.
Es muy difícil limitar el impacto de un nuevo virus, pero es mucho más sencillo tener los sistemas de salud preparados para que estos no vuelvan a colapsar si nos volvemos a ver en una de estas.
Por petición popular, os dejo por aquí un botón para procrastinar, por si os pillo aburridos. Cada vez que pulséis en él, os llevará a un mapa distinto de los más de 1000 que tiene el catálogo.
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Sigo con tos. Las noches se hacen más llevaderas, porque ya no toso toda la noche de continuo, pero suelo pasar algunos buenos ratos despierto intentando que no se me escape la vida por la garganta.
Y yo no soy una persona a la que le dé paz mental poner nombre a los síntomas.
Me consta que la RAE opina que hay que escribirlo como “la covid” o “la Covid-19” para referirse a la enfermedad, y lo mismo lo usan muchos medios. Yo siempre he dicho “el covid”; es la forma que usa mi entorno y es por la que he optado para este texto.
En los últimos seis años ha habido múltiples investigaciones, y en general apuntan a que el origen de este virus está en el rhinolophus affinis, una especie de murciélago del Sudeste Asiático que, entre otras cosas, es popular por ser uno de los transmisores de más tipos de coronavirus.
Esto es a lo que apuntan la mayoría de las investigaciones, pero el consenso científico no es total. Y posiblemente nunca lo sea por la falta de evidencia, ya que las autoridades chinas no efectuaron (o no compartieron) ningún análisis de los animales que se vendían en el mercado de Huanan tras cerrarlo y fumigarlo el 1 de enero de 2020.
La detección de los primeros casos fue muy complicada, así que los datos están limitados por la capacidad de cribado y prueba de los distintos países. Es asumible que fueran muchos más de 26 países los que ya tuvieran casos, e incluso algún país africano.
Muchos incluso ganaron cierta fama y prestigio durante estos meses gracias a estas prácticas.
No porque la productividad fuera mala, sino por múltiples razones de lo más variopintas, como los jefes incapaces de medir la valía de sus trabajadores si no les veían calentando silla.



La semana antes de que nos confinaran yo salía en coche hacia el aeropuerto de Bilbao a la misma hora a la que el Lehendakari anunciaba que cerraba los colegios.
Llamé a mi marido, para que pudiera hacerse cargo. Con la chavalería adolescente, que tuvieran que estar en casa tampoco era un drama como cuando eran más pequeños, pero iba a tener una logística diferente, claro.
Viajé a Sevilla con miedo. En Sevilla me miraban como a una apestada porque Vitoria fue uno de los primeros focos del virus en España.
Estando en el hotel de Sevilla, llamé a mi compa Maitane, para ver qué hacíamos con el TEDx, que era a primeros de mayo, apenas dos meses después de aquello, porque ya veíamos que iba a ser imposible. Estando allí, hablé con cada uno de los sponsors, con los ponentes y con el Palacio de Congresos. Informamos de que aplazábamos el evento a septiembre...
Volví de Sevilla el jueves por la noche... y ya no volví a salir de casa hasta finales de abril.
La verdad... no recuerdo el confinamiento como una época mala. Sí rara. No mala.
Cuídate!