Buen martes a todos,
Más allá de los miedos personales están los miedos que trascienden al individuo. Miedos sobre los devenires de la humanidad, hasta dónde llegaremos y qué posible piedra puede ser la última con la que nos tropecemos, esa que marque el punto de no retorno.
Esto lo cubre precisamente un libro que leí hace unos años, “The Precipice”, del filósofo australiano Toby Ord1. Antes de adentrarse en algunos de los riesgos a los que está expuesta la humanidad, y posibles soluciones o medidas para mitigar esos riesgos, Ord establece una idea que me parece muy interesante. Es la idea de riesgo y catástrofe existencial. Dentro de estas no solo toma la extinción como consecuencia última, sino que plantea otras posibles consecuencias que pueden suponer un punto de no retorno para la civilización.
La recopilación de riesgos y posibilidades que recorre el libro es bastante exhaustiva. Incluye riesgos naturales (asteroides, supervolcanes o explosiones estelares) y riesgos antropogénicos (guerra nuclear, cambio climático, daños medioambientales o pandemias), así como la opción de riesgos de los que ni siquiera somos conscientes aún2. Dedica un número de páginas extenso al riesgo de la inteligencia artificial general, sobre lo que evitaré hablar aquí.
Lo que me sorprendió es que el libro no trata en ningún momento de forma directa los riesgos demográficos. Habla sobre las migraciones como una consecuencia de algunos riegos, pero no menciona la sobrepoblación y mucho menos el caso contrario, el invierno demográfico3.
Precisamente esto último será lo que protagonizará la newsletter de esta semana.
La amenaza de la sobrepoblación
La historia de los homínidos, durante cientos de miles de años, ha sido muy semejante a la de cualquier otro animal. Su población estaba sujeta a la selección natural, con una natalidad y una mortalidad elevadas. La presión selectiva solía estar ligada al acceso a alimentos y a muertes prematuras, ya fuera por el ataque de otros animales o por cualquier tipo de enfermedad.
Pero en un momento dado, entre todas las especies de homínidos, apareció Homo sapiens, que se expandió por toda la Tierra4, creó los primeros asentamientos y aprendió a domesticar plantas y animales. Ya al comienzo de nuestra era, la Tierra posiblemente tendría unos 250 millones de habitantes5.
Tuvieron que pasar unos 1600 años hasta que se duplicara la población humana y se alcanzaran los 500 millones de habitantes, en parte a causa del retroceso que supuso la peste negra en el siglo XIV. A partir de ahí, las cosas comenzaron a acelerarse notablemente. Se suele tomar 1804 como el año en el que la población se dobló una vez más y se alcanzaron por primera vez los 1.000 millones de habitantes. La industrialización y los avances médicos estaban marcando un cambio de ritmo que parecía imparable.
En 1798, el economista inglés Thomas Malthus presentó su ensayo sobre el principio de la población. Con él popularizó la idea de la trampa maltusiana (o catástrofe maltusiana), según la cual preveía que la población continuaría creciendo de forma exponencial, duplicándose por dos cada 25 años, mientras que los recursos únicamente crecerían de forma aritmética. Este desacople, según la teoría de Malthus, causaría un empobrecimiento continuo de los ciudadanos, llegando a la extinción de la humanidad en el 1880.
La extinción no llegó en 1880, pero la población humana sí que continuó creciendo de forma anormalmente acelerada. En 1927 se llegó a los 2.000 millones de habitantes, y en 1975 a los 4.000 millones de habitantes. Por suerte, los avances tecnológicos mejoraban cada vez más la producción de alimentos y la medicina permitía luchar de manera eficaz contra enfermedades que antes eran incurables. Pero ese miedo a la sobrepoblación se mantenía latente en la sociedad y muchas organizaciones continuaban avisando de la gran amenaza y sus consecuencias.
La transición demográfica
Tras analizar los cambios demográficos en varios países tras la industrialización, científicos como Warren Thompson y Adolphe Landry comenzaron a plantear una serie de teorías demográficas que serían finalmente formalizadas en la década de 1940 por Frank W. Notestein. Este modelo es el que se conoce como la teoría de la transición demográfica.
Este modelo parte de una premisa contrastable con datos históricos: las sociedades preindustriales tenían un crecimiento muy bajo en el que gobernaban unas tasas de natalidad y mortalidad muy elevadas. Con la industrialización, las sociedades pasan de ese paradigma a uno de crecimiento cero, en el que tanto la tasa de natalidad como la de mortalidad se desploman bajo mínimos. La parte más interesante del modelo es cómo sucede esta transición. El descenso de la mortalidad y de la natalidad lo hacen de forma desacompasada, lo que permite que durante ese periodo el crecimiento natural de la población (mayor número de nacimientos que muertes) se dispare a tasas muy elevadas.
Este modelo, que inicialmente se creó para explicar la industrialización del siglo XIX y comienzos del siglo XX, resultó ser bastante efectivo para modelar los cambios demográficos a lo largo de todo el siglo XX. Las sociedades que se industrializaban mostraban unos crecimientos desmesurados, mientras que las que llevaban más tiempo industrializadas poco a poco estabilizaban su crecimiento natural, acercándolo al punto de equilibrio pronosticado por Notestein.
Pero, a finales del siglo XX, comenzó a suceder algo que el modelo no contemplaba. Había países cuyo crecimiento natural no se mantenía en cero, sino que descendía por debajo de la tasa de reemplazo.
Este mapa que os traigo muestra en tonos amarillos los países que cayeron por debajo de una tasa de crecimiento natural 0 antes del 2020. En distintos tonos de azules los que lo harán en los próximos años.
El modelo de transición demográfica ha sido útil, pero el hipotético punto final no está cumpliendo con las observaciones actuales.
El abismo del invierno demográfico
A pesar de que ya hay muchos países, principalmente europeos, que tienen un crecimiento natural negativo, en los que las muertes superan a los nacimientos, aún son más los países en los que sucede lo contrario. El gran motor de África sigue tirando del carro, pero la tasa de fertilidad continúa descendiendo en todo el mundo, a un ritmo mucho más acelerado de lo que se esperaba6.
En este mapa comparativo podemos ver cómo la mayoría de África tenía una tasa de fertilidad por encima de los 6 niños, mientras que en 2014 ya solo cumplían esto Somalia, Mali y Níger. En la región del Magreb, la cifra ha caído en todos los países por debajo de 3 en tan solo medio siglo.
La ONU lleva varios años revisando a la baja las previsiones de crecimiento de la población global. En 2017, la estimación era que la población global alcanzaría el pico en el año 2100, con un total de 11.200 millones de habitantes. Hace un par de años, en 2022, esto se revisó a la baja, con un pico estimado de 10.400 millones en 2084. El crecimiento global de la población mundial está en descenso, y el crecimiento 0 no será el punto final de esa tendencia demográfica.
Ya estamos viendo cómo en muchos países el crecimiento negativo de la población se está compensando por los flujos migratorios, pero esta solución puede tener unas consecuencias importantes a largo plazo. Ahora son pocos los países que funcionan como polos de atracción de migrantes, pero cada vez serán más. China ya está perdiendo habitantes, y las tasas de fertilidad auguran que ese descenso será muy pronunciado en las próximas décadas7. Cada vez será más común que los países en caída libre demográfica empiecen a competir por los migrantes de los pocos países con crecimiento natural positivo.
Esto es lo que yo llamo el abismo del invierno demográfico, la idea de que las sociedades del III milenio es posible que no logren llegar a esa tasa de reemplazo que impida que caigamos en una espiral de decrecimiento demográfico. Son muchas las razones por las que cada vez se tienen menos hijos: más métodos anticonceptivos, más planificación, más dificultad para compaginar la vida moderna con la crianza, falta de recursos, o simplemente la decisión voluntaria de no tenerlos, lo cual es mi caso.
Si hay un final que veo factible para la humanidad, es precisamente este abismo del invierno demográfico. Desde luego, el futuro puede deparar muchos cambios médicos, tecnológicos o sociales que cambien totalmente el paradigma actual, pero con la información de la que disponemos, me cuesta ver un mundo que no sea así.
Quizá suceda, quizá no. En caso de que suceda, será algo que llevará muchos siglos, o incluso milenios. De lo único que puedo estar seguro es de que no estaremos aquí para comprobarlo. Aunque esto no quita una miaja de desazón trascendental.
Para acabar, quiero dejar por aquí unos apuntes finales (e importantes):
Aunque esté claro que el crecimiento de la población humana está más o menos capado, eso no quita que la sobrepoblación siga siendo un problema. Como se suele decir, no hay recursos materiales y energéticos para sustentar a 8.200 millones de personas, tal y como viven los habitantes de los países más desarrollados.
El concepto de invierno demográfico tiene su origen en el filósofo y teólogo Michel Schooyans, y tiene muchas críticas por el planteamiento original. En parte, culpaba a la incorporación de la mujer al mercado laboral como consecuencia directa del descenso de la natalidad en Europa. Aquí tomo la idea, pero la exploro más a futuro, en un contexto global y sin entrar en cuestiones tan controvertidas y, a mi parecer, simplistas.
En la misma línea, la idea de “invierno demográfico” se utiliza mucho en contextos ultraconservadores junto a otras ideas como “suicidio demográfico” y el “gran reemplazo”. Nótese que he utilizado el término de “invierno demográfico” porque me parece poético, pero el contexto en el que se usa en entornos ultraconservadores me parece deleznable, especialmente cuando se liga al “gran reemplazo”.
A recomendación de
, como es el caso de muchos libros que he leído. En su newsletter podéis echar un vistazo a muchas más recomendaciones de libros.Por ejemplo, la guerra nuclear no era algo que se plantease ningún ser humano hace 100 años, pero durante décadas fue el mayor temor de la humanidad. Y bueno, también de las películas.
Hay un gran disclaimer sobre el uso de este término al final del artículo. Me consta sus connotaciones y me desligo totalmente de ellas. Dejo la nota por aquí, por si a alguien se le arquea la ceja.
Aquí os dejo una nota para comentaros que Juan Ignacio, a quien ya he mencionado, escribió el año pasado un maravilloso libro en el que explora la evolución del ser humano y su adaptación para la supervivencia: Primates al este del Edén.
Sobre estos cálculos, si os llaman la atención, escribí en el Cuaderno de Cultura científica en 2017: ¿Cuánta gente ha vivido en la Tierra?
La tasa de fertilidad es el número de hijos por cada mujer en edad de reproducirse. Se considera que esta tasa ha de estar por encima de 2,1 para garantizar el reemplazo poblacional.
Muy interesante, como siempre, Miguel. Creo que los incentivos sociales cambiarán mucho en el tiempo variando esas tasas, porque antes de llegar a ese extremo van a pasar muchas cosas, tanto buenas como malas, algunas muy relevantes causadas precisamente por esta reducción de la población. Por lo que en cualquier caso el futuro es incierto.
Por ejemplo, entre otros escenarios, menor población podría reducir nuestro impacto medioambiental (aunque nuestra contaminación per cápita siga creciendo). Sin embargo, menor población también impacta - ya lo está haciendo - en nuestra capacidad para la innovación tecnológica que fue la que nos sacó de la trampa malthusiana: con cada vez menos personas, la innovación se dilatará en el tiempo, y el crecimiento económico con ella. Y el modelo actual no puede sostenerse sin él. Salvo que la propia tecnología, IA mediante, multiplique nuestra capacidad de innovación, podríamos retroceder económicamente del nivel que hemos alcanzado, volviendo a necesitar de actividades que vuelvan a estimular la crianza (no perdamos de vista que antropológicamente, los "proletarios" tenían mucha "prole", al margen de su carencia de otros medios anticonceptivos o educación, para sobrevivir). Pero ese futuro es distópico, ciertamente, aunque reversible.
Y si efectivamente se acaba invirtiendo la dinámica, no nos extinguimos, y volvemos a crecer, también sucederán cosas que no podemos prever desde el punto de vista tecnológico. Aunque pudiéramos descarrilar y autoextinguirnos, también podría darse el escenario en el que la tecnología nos permitiera romper esos límites a la superpoblación. Con ella, el planeta podría abarcar a más personas y también la colonización del espacio podría ser un salto natural.
¡El futuro es incierto! Gracias por hacernos pensar.
Hay una errata, creo que querías decir menos hijos: " Son muchas las razones por las que cada vez se tienen más hijos: más métodos anticonceptivos, más planificación..." .