Buen martes a todos,
La Segunda Guerra Mundial terminó de una forma brutal. En un lapso de tres días se lanzaron sendas bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, lo que precipitó la rendición de Japón tan solo seis días más tarde, el 15 de agosto de 1945. No voy a ahondar sobre lo oportuno o no de la medida que se tomó. Ya se ha escrito mucho al respecto y no tengo ningún punto de vista nuevo que aportar1. Sí, las dos bombas evitaron una invasión terrestre de Estados Unidos y, posiblemente, también de la Unión Soviética por el norte. Por otro lado, esas dos bombas no fueron inocuas. Mataron a más de 200 000 personas, la gran mayoría de ellos civiles2.
Pero las consecuencias fueron mucho más allá de todas esas personas que no pudieron continuar con su vida. Cuatro años más tarde, la Unión Soviética llevó a cabo su primera prueba nuclear y, con ello, el mundo descubrió un nuevo miedo hasta entonces desconocido: la guerra nuclear.
En la actualidad se conocen más de 20 casos en los que el mundo estuvo a un tris de un conflicto nuclear3. Por suerte, ninguno de ellos se materializó, pero sí que caló profundamente en la sociedad.
Hoy os quiero traer uno de los mejores ejemplos que conozco de ese miedo latente y de los movimientos antinucleares que proliferaron durante la segunda mitad del siglo XX: El Atlas de la Guerra Nuclear4.
Se trata de un magnífico trabajo del geógrafo y activista estadounidense William Bunge. En una sola página, publicada en 1982, el autor presenta 28 mapas y con ellos ahonda en cuatro ideas que son clave para entender los miedos y la razón de la lucha de muchos: el estallido, la radiación, la guerra de las estrellas y el futuro.
El estallido
Todo comienza con la primera bomba, o al menos la primera que realmente se usó con fines bélicos. El 6 de agosto de 1945, el bombardero Enola Gay sobrevoló la ciudad de Hiroshima y lanzó una bomba que arrasó gran parte de la ciudad. William Bunge utiliza este hecho en su primer mapa y, sin dudarlo, deja clara su intención propagandística en el texto que lo acompaña. Afirma que, del mismo modo que “Auschwitz” se convirtió en un símbolo del genocidio, “Hiroshima” se convirtió en un símbolo de la guerra nuclear. Después equipara sin dudar las acciones de Alemania y Estados Unidos por su brutalidad.
Para conectar mejor con los estadounidenses, Bunge presenta otro mapa en el que muestra cuáles serían los efectos de la bomba H si se lanzase sobre la ciudad de Chicago. La bomba H era una de las más destructivas que se diseñaron como parte de la carrera nuclear, con una potencia 1000 veces superior a la que se lanzó sobre Hiroshima. El autor entra en todo lujo de detalles sobre las consecuencias con varios círculos concéntricos:
El cráter de la bomba tendría un radio de 4 kilómetros (2,5 millas), que sería inundado por el agua del lago Michigan.
A 6 kilómetros (3,8 millas), todas las personas se vaporizarían.
A 11 kilómetros (7 millas), todo individuo quedaría calcinado y el acero se derretiría.
A 17 kilómetros (10,7 millas), únicamente sobrevivirían aquellas personas que estuvieran en un refugio profundo.
A 23 kilómetros (14,2 millas), los edificios colapsarían.
A 37,5 kilómetros (23,3 millas), las quemaduras de tercer grado estarían garantizadas.
A 56 kilómetros (35 millas), las quemaduras de segundo grado estarían garantizadas.
Este mapa aparece acompañado de otro en el que se muestra los efectos que llegarían justo después de la explosión, como una tormenta ígnea que garantizaría que cualquier superviviente en un radio 56 kilómetros quedaría ciego de forma permanente. El quinto mapa se centra en las consecuencias sociales directas de tal desastre: muestra cómo todos los heridos no tendrían forma de subsistir en ese territorio y se verían obligados a migrar en todas direcciones. Para ahondar en la narrativa propagandística, Bunge etiqueta estas rutas como “supervivientes invasores”, con el fin de mostrar lo disruptivo que sería tener enfermos, locos, moribundos o ciegos llegando a los territorios colindantes.
La radiación
Después de las consecuencias inmediatas, llega el momento de preocuparse de la radiación. A diferencia de los daños directos, la radiación puede tener unas consecuencias a mucho mayor plazo y que alcancen distancias mucho mayores de las que intuitivamente podemos creer. Para plantear esa idea, Bunge plantea cuáles pueden haber sido las consecuencias de las pruebas nucleares que se han llevado a cabo en el mundo, mucho más allá del lugar del estallido. El ejemplo que toma es la quinta prueba China, lanzada el 9 de mayo de 1966, y representa cómo los restos de esa explosión se desplazaron por el mundo durante los ocho días siguientes con ayuda de los vientos del oeste.
Siguiendo el camino del miedo, el autor recurre al incidente de Three Mile Island de 1979. El 28 de marzo de aquel año, un reactor sufrió una fusión parcial del núcleo que ocasionó una emisión de gases radiactivos a la atmósfera entre 2,5 y 15 millones de curios5. En el mapa utilizado por Bunge se muestra cómo en los días siguientes se distribuyó la radiación, inicialmente hacia el norte, pero después de una forma mucho más errática en todas direcciones. Además, también menciona que si bien el accidente de Three Mile Island pudo ser inevitable, las centrales nucleares también se pueden convertir en un fácil objetivo para que cualquier enemigo proporcione un gran daño.
En 1982, si bien se conocían las consecuencias de la radiación, en el atlas no podía faltar un mapa que dejase claro que no había escapatoria. Si hubiera una guerra nuclear, gran parte de la población moriría por todas las causas expuestas anteriormente, pero incluso aquellos que sobrevivieran se tendrían en enfrentar a un mar de cáncer a causa de la radiación.
La guerra de las estrellas
Una vez explicados todas los peligros de lidiar con materiales nucleares, llega el momento de mostrar el gran problema al que se enfrentaba el mundo ya en 1982. En 1949 tan solo la Unión Soviética y Estados Unidos tenían acceso a armas nucleares, pero 33 años más tarde eran varios países los que ya tenían armas nucleares y muchos más los que podrían desarrollar en cinco años (en cuadrícula) o en diez años (punteados).
En este mapa Bunge se vino arriba. Está claro que es una obra de propaganda antinuclear, pero realizó una serie de predicciones que carecían de poco fundamento. Francia, Reino Unido, India, China y Sudáfrica6 ya se habían unido, no obstante, si bien muchos países tenían sus programas nucleares secretos, la gran mayoría carecían de la financiación necesaria para llevarlos a cabo.
El siguiente mapa va mucho más allá y afirma que el cielo ya estaba lleno de armas en 1982. El autor afirma que una mínima parte de lo que poblaba el espacio eran satélites de comunicaciones, y que la Unión Soviética llevaba mucha ventaja a los Estados Unidos. En parte, Bunge es cauto y no dice que hubiera ninguna arma nuclear en el espacio, que no la había. Pero armas como tal tampoco había en el espacio, aunque sí que había algunos satélites que tenían sistemas de defensa incorporados7.
Como guinda de la particular visión de la actualidad de Bunge, era necesario iterar sobre la idea anterior para sembrar el miedo al enemigo. No es que la Unión Soviética pudiera atacar a los Estados Unidos, es que ya estaban allí, sobrevolando los cielos norteamericanos cada día. En el mapa, el autor traza una cuadrícula por todo el mapamundi y, en la leyenda, aclara que las líneas verticales demarcan el territorio estadounidense y las horizontales el soviético. El énfasis se pone borrando por completo las fronteras reales de ambos países.
El futuro
Si la creatividad de William Bunge se dispara en la tercera parte, en la cuarta y última llega a su final álgido. Esta sección comienza con un mapa sobre la posibilidad de un accidente nuclear en cada uno de los reactores nucleares con los que contaba Estados Unidos en 1982. El giro de guion llega en la descripción del mapa, donde afirma que el auge de los ordenadores hace que cada vez los seres humanos tengan menos responsabilidades y, potencialmente, un accidente sea más probable.
En los últimos mapas ya se desliga por completo de la guerra nuclear, objetivo de la obra, y ahonda en la maldad innata del ser humano. Para ello parte de la expansión de la especie desde su salida de África y traza un paralelismo con la extensión de más de 200 grandes animales en fechas semejantes a la llegada del Homo sapiens. La afirmación final es directa, sin ningún tipo de colchón que haga la caída menos dolorosa: “Somos la especie más asesina de todos los tiempos. Somos La Muerte. Incluso nuestra agricultura pacífica colapsa la biomasa”.
El punto final es digno del apocalipsis descrito en este atlas: el futuro de nuestros hijos. Después de todo el terror, siempre hay que dejar un halo de esperanza. Es en este momento en el que la propaganda tira de su aspecto más lacrimógeno para hablar de lo importante que es defender a los más pequeños y de conseguir garantizarles un mundo en el que se pueda vivir. Tenemos que salvar a los niños porque ellos son el futuro de la especie, el futuro de la humanidad.
El pasado 16 de abril se publicó mi primer libro, sobre la historia de la propaganda. Echad un vistazo si queréis más detalles… ¡Y corred la voz!
Y bueno, muchas gracias por la acogida. Se agradece.
Y desde luego no tengo la solución a ese complejo dilema que, posiblemente, no tenga solución.
Como suele suceder en estos casos, las cifras bailan mucho. Tan bajo como 125 000 y tan alto como 225 000.
Aquí tenéis una lista con 30 eventos, aunque algunos de ellos están en duda.
En este enlace podéis verlo en muy alta resolución.
El curio (Ci) es una unidad con la que se mide la radiactividad.
Sudáfrica llevó a cabo sus pruebas entre 1976 y 1977, aunque se convirtió en el único país en desarmarse voluntariamente en 1993.
El primer ejemplo fue el programa soviético Almaz, que estuvo operativo durante la década de los 70.
Más que el miedo y la propaganda, tengo entendido que fue la información obtenida por los espías respectivos la que estableció el llamado mecanismo de destrucción mutua asegurada. La acumulación de cabezas nucleares alcanzó un volumen tal que cualquiera de los bandos sabía que tendría asegurada su propia destrucción si iniciaba una guerra. Eso mantuvo un equilibrio de constante amenaza y no agresión entre ambas potencias nucleares y por eso La Guerra Fría no pasó de ser fría. Otra cosa es lo que pueda desatarse hoy en día con un actor como China. De ahí, en buena medida, el planteamiento de la novela y la serie “El problema de los tres cuerpos”… Se podría desatar una escalada que no encontrase contrapesos.
Podría parecer excesivo o anacrónico, pero la realidad es que la humanidad dispone de armas para destruirse completamente a sí misma y a todas las especies. Hoy mismo, nuestro particular mentiroso compulsivo, va a garantizar a la OTAN en Washington un gasto en defensa del 2% del PIB. La realidad puede superar a cualquier ficción catastrofista