Buen martes a todos,
Estamos en verano, la época por excelencia de vacaciones en el hemisferio norte. Este año, además, toca un verano de olimpiadas. Tanto el turismo como los grandes eventos deportivos se han utilizado históricamente como dos de las formas más sutiles, y más eficaces, para promover la buena imagen de un país. Hoy no hablaremos de París, que ya tuvo su entrada recientemente, sino que viajaremos a los tiempos de la Alemania Nazi.
La entrada de hoy está en gran parte documentada en mucha de la información que recopilé cuando estuve escribiendo el libro1, pero también tengo que agradecer a Peter Pappas este artículo que publicó hace unas cuantas semanas.
El resurgir del turismo alemán
Cuando el Partido Nazi llegó al poder en 1933 se encontró con una Alemania que sufría grandes problemas económicos, por lo que fue imperante potenciar la industria y buscar esa normalidad perdida. Hitler y Goebbels eran conscientes de que las apariencias podían serlo todo, así que también trabajaron en una campaña para blanquear el nuevo régimen y que todo el mundo pudiera admirar las maravillas de la nueva Alemania.
La recuperación del turismo en Alemania fue algo progresivo. En ningún momento el régimen nazi ocultó su realidad política, ya que siempre estaban presentes la oposición a las ideas bolcheviques, a Rusia y el intento de limitar el poder de los judíos. Aun así, de cara al exterior se ofreció la cara más pacífica, un país repleto de cultura, historia y donde se podían encontrar experiencias únicas.
Los esfuerzos alemanes no se limitaban únicamente a mandar información a otros países y potenciales viajeros, sino que establecieron oficinas de turismo en las principales ciudades de Europa, de América, del norte de África o de Asia. Como ventaja competitiva, Alemania ofrecía una red aérea de Zepelines que estaba fuera del alcance de ninguna otra nación, además de garantizar una seguridad únicamente equiparable con la que podía ofrecer algunas ciudades de Inglaterra o Francia.
Las agencias de turismo se encargaban de asegurar una asistencia sin igual durante el viaje. En plenos años 30 el acceso a información era limitado, así que poder planificar un viaje con facilidad era un garante para atraer a las clases más altas que se podían permitir este tipo de viajes.
El partido nazi no mentía sobre la seguridad, pero sí que ocultaba todas las medidas represivas que habían permitido al país alcanzar ese estatus. La presión gubernamental sobre la población era tal que todo ciudadano se veía obligado a ser partícipe de los planes del gobierno. Y el turismo se había convertido en una piedra angular para financiar la militarización del país y poder prescindir del motor económico de la comunidad judía.
Los Juegos Olímpicos de Berlín 1936
Los eventos internacionales han sido en los últimos dos siglos una gran herramienta para revitalizar la economía de los países. A todos los españoles nos viene a la cabeza lo que supuso en 1992 organizar una exposición universal en Sevilla y unos juegos olímpicos en Barcelona. Esa propaganda para anunciar al mundo que España era un país seguro y que merecía la pena visitar ya se llevaba utilizando más de un siglo.
En 1931, el Comité Olímpico Internacional otorgó los juegos olímpicos de 1936 a Berlín, superando en la votación final a Barcelona. El partido nazi se había encontrado con este regalo al llegar al poder en 1933, y se propuso aprovecharlo al máximo, superando en grandeza a los juegos olímpicos de Los Ángeles 1932. Para ello, se construyó un gran estadio para albergar hasta 100,000 espectadores, junto a seis gimnasios y varios estadios más pequeños.
Conocedores de que solo una clase privilegiada iba a poder asistir en persona, también se realizó una gran inversión en nuevas tecnologías: cine y radio. Se contrató a Leni Riefenstahl para que se encargase de captar todos los eventos y editar las grabaciones antes de que estas fueran distribuidas a 41 países de todo el mundo.
Además de la grabación de los eventos deportivos, Alemania aprovechó esta oportunidad para realzar los ideales supremacistas. Por supuesto, no participó ningún judío alemán en el evento, pero muchos países optaron por no enviar a sus atletas judíos para evitar conflictos diplomáticos con el país organizador.
El partido nazi, de forma independiente, pero ligada al gobierno, también utilizó la oportunidad de remarcar su importante papel en el gran éxito de los Juegos Olímpicos. Las banderas y simbología nazi estuvieron presentes en los estadios, pero también en todas las grabaciones que fueron distribuidas. De igual modo, el partido nazi se aseguró de que el gran éxito de Alemania en el medallero fuera atribuido a la mejora de Alemania tras la llegada del partido al poder, así como a la supremacía de la raza aria.
Al borde de la Segunda Guerra Mundial
Tras el final de los Juegos Olímpicos, la política de lavado de cara se mantuvo en todos los frentes posibles. Tan solo un año después, en 1937, Alemania fue uno de los países del mundo que más turistas internacionales recibió, con medio millón de personas. Esto puede parecer un número irrisorio comparado con las cifras actuales, pero fue una barbaridad para la época. Por poner una referencia, cuatro años antes, en 1933, Francia no había llegado a los 100,000 visitantes internacionales, a pesar de contar con París, una de las ciudades más turísticas de la época.
A medida que los conflictos internacionales se incrementaron en 1938 con la anexión de Austria y pocos meses después con la invasión de los Sudetes, el turismo internacional fue perdiendo peso. No por falta de interés, sino por la creciente sensación de peligro ante un conflicto a gran escala que podía estallar en cualquier momento.
Lo que sí que se mantuvo incluso durante la Segunda Guerra Mundial fue el turismo interior. La organización Kraft durch Freude («fuerza para la alegría») se encargó de cubrir todas las opciones de ocio de la clase obrera y así ocupar el tiempo libro de los trabajadores con actividades que, además de favorecer el entretenimiento y el bienestar, también dotaron al partido nazi de una apariencia más amigable. Todos los trabajadores recibían anualmente el plan de ocio en cada región, y también se incorporaban en los noticieros que se emitían antes de las películas en el cine breves promociones para potenciar esa necesidad de disfrute2.
Las actividades cubrían áreas tan diversas como las exhibiciones de arte, la organización de conciertos o de eventos deportivos, aunque ninguna de estas destacó tanto como las vacaciones subvencionadas. A través de la Kraft durch Freude, los trabajadores alemanes podían acceder a unas económicas vacaciones, lo que ayudó a romper la brecha que les separaba de las clases medias-altas.
Dando una vuelta de tuerca a la estrategia propagandística, muchos de esos viajes se documentaban para obtener instantáneas que mostrasen cómo los trabajadores disfrutaban de esos viajes. De este modo, el Partido Nazi se aseguraba de que existía una retroalimentación en la clase trabajadora, de tal modo que los ciudadanos alemanes cada vez estuvieran ideológicamente más cercanos al régimen.
El éxito fue tal que, en el año 1938, más de diez millones de alemanes planificaron sus vacaciones a través de esta organización. Los destinos nacionales, que eran los elegidos por la mayoría de los viajeros, estaban repletos de simbología que recordaba de forma continua la fuerza del régimen nazi. En conjunto, a través de esta colaboración, se consiguieron limitar los tiempos de recreo que la población gozaba fuera del control del partido nazi.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial frenó la inversión del gobierno en este programa, lo que dejó en la estacada algunos proyectos faraónicos. Quizá el más notable de todos fue el complejo turístico que se había comenzado a construir en 1936 en Rügen, en la costa del mar Báltico, y que tuvo que pararse en 1939 sin que se hubiera finalizado.
El objetivo de Prora, el nombre que recibió este coloso, era agrupar a más de 20.000 personas de forma simultánea durante sus vacaciones. En la foto superior se observan cinco bloques que se extienden a lo largo de dos kilómetros y medio, pero cuando se paró el proyecto contaba con un total de ocho bloques a lo largo de cuatro kilómetros.
Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, este complejo quedó en Alemania Oriental y pasó a convertirse en el mayor cuartel del ejército nacional. Se considera uno de los principales centros encargados del rearme de la República Democrática Alemana y estuvo en funcionamiento desde 1949 hasta la unificación en 1989.
El pasado 16 de abril se publicó mi primer libro, sobre la historia de la propaganda. Echad un vistazo si queréis más detalles… ¡Y corred la voz!
Y bueno, muchas gracias por la acogida. Se agradece.
Justo hace unos días Juan Ignacio Pérez Iglesias publicó una nota sobre el mismo, lo cual me ha hecho mucha ilusión :).
muy interesante. en mi bucle olímpico, viviendo en Alemania, me ha parecido estupenda esta entrada.