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Buen jueves a todos,
La primera vez que viajé a Tokio fue en 2012. Una buena amiga acababa de irse a vivir a Japón y, con la excusa de visitarla, aproveché para hacer turismo y conocer el país. Japón es un destino que recomiendo a todo el mundo, aunque solo sea una vez en la vida. Su gastronomía es impresionante1, su legado cultural es fascinante y su arte bastante distinto a lo que estamos acostumbrados en Europa.
En aquella primera ocasión, el vuelo atravesó Rusia por el norte. Un trayecto poco intuitivo si pensamos sobre un mapa tradicional, aunque perfectamente razonable si tenemos interiorizada la importancia de las líneas geodésicas, como ya conté por aquí hace tiempo.
Los tiempos han cambiado, y ese viaje ya no es posible. Tras la invasión rusa de Ucrania, iniciada el 24 de febrero de 2022, la Unión Europea prohibió a los aviones rusos sobrevolar su espacio aéreo2. Como respuesta, el 28 de marzo Rusia aplicó la misma restricción a las aerolíneas europeas, provocando que los viajes de Europa a Japón ya no pudieran seguir el camino más corto.
El pasado 16 de octubre viajé de nuevo a Tokio, así que pude experimentar de primera mano las implicaciones de las restricciones aéreas. El trayecto de ida tuvo que evitar por completo Rusia, así que se puede ver cómo el piloto optó por latitudes más al sur, sobrevolando el Cáucaso, Kazajistán y China, hasta llegar a Japón.

Pero lo realmente sorprendente fue el viaje de vuelta. Un amigo ya me había contado que el trayecto de Iberia se realizaba hacia el este, sobrevolando Alaska, el norte de Canadá y Groenlandia.
Este fue el recorrido que siguió el vuelo, tal y como lo mostraron las pantallas de mi vuelo de Iberia3 el pasado lunes 27.
La mera idea de ese trayecto me había generado ciertas expectativas, pero al final resultó ser más interesante de lo esperado. Casi tanto como para compensar las 15 horas de vuelo, que fueron un auténtico dolor4.
Dos amaneceres y dos atardeceres
El pasado lunes 27 de octubre fue para mí un día único. Vi amanecer en Koganei, una ciudad del oeste de Tokio, a eso de las 6 de la mañana. El área urbana de Tokio tiene posiblemente una de las mejores redes de transporte urbano del mundo, pero así Tokio sigue siendo inmenso, así que tenía que planear más de dos horas y media de trayecto hasta llegar al aeropuerto de Narita.
El avión despegó a las 11:45 de la mañana, y apenas tres o cuatro horas más tarde, antes de llegar al estrecho de Bering, se hizo de noche. No había mirado nada en detalle, pero daba por hecho que, dado que llegábamos a Madrid cerca de las 20:00, hora local5, el resto del viaje sería sumido en la noche.
Pero entonces, al salir de la isla de Ellesmere, al norte de Canadá, llegó el segundo amanecer del día.

He de reconocer que tener dos amaneceres en un solo día no estaba en mis planes. De hecho, ni me había planteado que fuera posible; sin embargo, parece ser que sí que lo es. Al viajar dirección este, despegando a la hora adecuada, y volando el suficiente tiempo por encima del círculo polar ártico, se puede conseguir.
Este segundo día duró unas 7 horas, ya que media hora antes de aterrizar en Madrid el sol se volvió a poner, por segunda vez en el día.
Auroras boreales
Los que llevéis leyéndome tiempo, ya sabréis que las auroras boreales y yo tenemos un pasado. Llevo con esa espinita clavada desde hace diez años y, de algún modo, tenía la esperanza de poder quitármela durante este viaje. Era la primera vez que iba a viajar en avión bastante cerca del polo norte y, además, de noche, lo que aumentaba notablemente las posibilidades de ver auroras.
Pocos días antes, estuve mirando cuál iba a ser el índice geomagnético K para el día del vuelo y, lamentablemente, la previsión estaba entre 2 y 3, lo que se traduce en una actividad geomagnética mínima y pocas posibilidades de avistar auroras boreales. La ventaja cuando viajas en avión es que sueles hacerlo por encima de las nubes, así que a poca actividad que hubiera, la posibilidad de avistar algo se mantenía vigente.
Y dicho eso, una vez atravesado Alaska, se pudo ver algo parecido a esto por la ventanilla del avión.

Intenté tomar alguna fotografía, pero fue totalmente imposible con la luz del interior de la cabina del avión y lo poco intensas que eran las auroras. Aun así, pude volver a ver durante unos minutos unas tenues auroras, con un color muy cercano al blanco, que se alzaban muy poco sobre el horizonte.
La espinita la sigo teniendo clavada, ya que me gustaría ver alguna vez en la vida una aurora boreal intensa, pero algo es algo.
Groenlandia, un mundo de hielo
Tras la decepción de las auroras boreales y la sorpresa del segundo amanecer, llegó lo que posiblemente sí que fue lo más interesante de todo el viaje. Llegar a la costa de Groenlandia con un sol bajo y sin muchas nubes me permitió disfrutar de una vista que no estaba en mis planes: los hielos de la costa de Groenlandia.
De esto sí que tomé varias fotos. No son de mucha calidad, pero creo que sí que transmiten lo que se puede observar desde más de 10 kilómetros de altitud cuando se sobrevuela la costa de Groelandia.
Una vez estábamos atravesando Groenlandia, las nubes cubrieron por completo el hielo, y no volvimos a ver tierra hasta que entramos en la Península Ibérica. Groenlandia o Svalbard no son destinos que estén en la parte alta de mi lista para viajar, ya que percibo que hay poco que hacer y la experiencia depende mucho del tiempo con el que te encuentres. Pero ver todo ese paisaje desde las nubes me ha despertado más curiosidad.
No sé si alguna vez tendré la oportunidad de hacerlo, pero sin duda me lo apunto.
Después del segundo atardecer y aterrizar, conseguí llegar a casa y volver a la realidad. En el momento que escribo esto ya van dos noches intentando recuperar la normalidad; cuando lo leáis, ya serán tres. El jet lag no ha sido matador en esta ocasión, pero no tengo duda de que es la peor parte de este tipo de viajes.
Por petición popular, os dejo por aquí un botón para procrastinar, por si os pillo aburridos. Cada vez que pulséis en él, os llevará a un mapa distinto de los más de 1000 que tiene el catálogo.
Va mucho más allá del sushi, el ramen, los mochis o las gyozas; la cocina japonesa tiene unas preparaciones e ingredientes que solo se pueden disfrutar en profundidad si se visita el país.
La medida se aprobó el 27 de febrero de 2022, una prohibición que también impusieron Canadá, Reino Unido y Estados Unidos.
Iba a poner también el trayecto según Flight Aware, pero la proyección Mercator no hace justicia.
En el sentido literal. Ni mi culo ni mi espalda están ya preparados para ello, pero bueno, se sobrevive.
La diferencia horaria entre Tokio y Madrid es de 8 horas en invierno y 7 horas en verano. En Japón únicamente introdujeron el cambio horario durante un breve periodo entre 1949 y 1952. Desde entonces, ha habido propuestas de restablecerlo, pero nada en firme.











Un viaje interesantísimo, que sólo los frikis geográficos sabemos saborear. Chapeau!
Me ha pasado igual que a ti, o parecido. Este agosto hice Munich - Tokyo, atrevesando las repúblicas exsoviéticas, y Tokyo - Munich bordeando el polo norte y sobre volando Groenlandia. Pero en este caso, iba en la fila central del avión (no pude escoger) y durante el trayecto más interesante oscurecieron las ventanillas del avión y, aquí viene lo diferente a tu vuelo, no vi nada de nada. Pero me pareció cuanto menos emocionante. Y ya puedo decir que he estado en Alaska, Canadá y Groenlandia, o al menos, pasado por allí, jeje.